Ya saldremos
- 27 febrero, 2025
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No veo las noticias; ni las leo; las evito por prescripción médica porque he desarrollado tal sensibilidad y empatía con el mundo que acabo haciendo los problemas de los demás, míos propios. Y esto es un sin vivir.
Para quienes me preguntan, no, no estoy siguiendo el juicio contra Rubiales, así que no podría decirles si el magistrado es excéntrico o se lo hace. Nada de nada. Ni escucho ni juzgo.
Con razón o sin ella, últimamente vivo bastante pendiente de mí mismo. Ya saldrá el sol y volverá mi actitud crítica pero siempre constructiva. ¿Qué qué me pasa? Pues que vivo en un momento de agobio, con las ideas nubladas, sensación de angustia, el corazón a mil por hora, y pisándome la autoestima a cada paso que doy. Nervios en el estómago, presión en el pecho. Fase de negación (“esto a mí no pasa”) y después golpetazo de realidad
Lo que les he descrito es más o menos un cuadro de ansiedad. Yo los empecé a tener siendo bastante joven, en la época de estudiante. A veces no tenía ni fuerza mental para cruzar la puerta de la clase y lo que quería de verdad, era salir corriendo hacia otro lado. Ataques de pánico. Mi padre me esperaba paciente en el coche hasta asegurarse de que no hacía el camino de vuelta.
¿Y qué lo desencadenaba? Pues a veces un examen, a veces una discusión, a veces solo la perspectiva de futuro y a veces nada, nada que yo al menos supiera.
Siempre me recomendaron que no pensara en eso que me preocupa, pero es que uno no es dueño ni de sus pensamientos. Se cuelan discretamente y empiezan a golpear despacito. Un psicólogo me recomendó técnicas de relajación, a organizarme para el estudio y las tareas, pero siempre llegaba tarde. Cuando quería empezar con las relajaciones, ese nervio ya estaba instalado en mí.
Sí había un remedio altamente infalible. Sentarme en el sofá, apoyada en el hombro de mi madre, si era invierno en la mesa de camilla, al calor del brasero, y escuchar decir a mis padres “Ya saldremos”, o en una versión más larga “ya veremos cómo salimos”.
Dos frases nada elocuentes, sin objetivos, sin promesas y sin embargo tan tranquilizadoras. Ahora, de grande, entiendo que mi tranquilidad se convertía en su desasosiego, porque entonces eran ellos los que tenían que ponerse a pensar en qué hacer para sacarme del pozo de miedos e inseguridades en el que me había metido. Pero lo conseguían.
Ellos ya no están y yo voy caminando despacito por la cuerda floja, repitiéndome el mantra “Ya saldremos” a cada pasito que doy, para tener confianza en mí, para transmitir seguridad a quienes me siguen.
Ellos no están pero si han dejado un buen legado que va creciendo en miembros y en edad. Un buen grupo en el que tratamos de cuidarnos unos a otros, donde nunca deberían faltar ni la música ni los abrazos. Momentazos.
Disculpen si últimamente les hablo demasiado de mí. Pero si me leen las personas que se encuentran un poco como yo, tengo un mensaje para ellos: YA SALDREMOS.