Vivir sin miedo
- 11 julio, 2024
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Me apetecía seguir el hilo del primer artículo, porque creo que es un buen punto de partida para llegar a un tema estrella, que en mayor o menor medida, forma parte de todo ser vivo: el miedo.
La ansiedad anticipatoria y los pensamientos negativos sobre el futuro, vienen de la mano de los miedos que cada uno tenemos, y más concretamente, de los miedos que nuestro cerebro percibe en ese momento vital en concreto.
El miedo primigenio que lo origina todo es el miedo a sufrir, en cualquier ámbito, forma o manera.
Así, intentando evitar esto a toda costa, hay una parte de nuestro cerebro que se encarga de buscar y ponernos en alerta ante posibles situaciones que se puedan dar, intentando con ello, controlar el máximo de variables posibles. Con ello, pretende prevenirnos para que así podamos reaccionar lo más rápido posible. Esta parte, en otras épocas, nos ayudó en la supervivencia; pero hoy en día, no resulta tan útil. Veamos por qué..
-Vivir en un estado de híper alerta, a nivel químico en nuestro cuerpo, genera las mismas hormonas y neurotransmisores que se producen cuando la situación es real. Nos prepara para afrontar esa situación, ya sea de evitación, huida o defensa, dándonos un chute de cortisol en el torrente sanguíneo que activa todos los órganos. Y todo esto puede ocurrir aunque estemos sentados en el sofá de casa, aparentemente tranquilos.
-Es nuestra mente, planteando todas esas situaciones catastrofistas basadas en pensamientos negativos y creencias irracionales y limitantes, la que nos hace pasarlo mal ante algo que no ha llegado y que no sabemos si va a llegar.
Ahí es cuando entramos en los bucles de pensamiento, en la fustigación y el auto boicot.
Parece que hemos dejado de usar esa parte de la mente, que trabaja 24/7 sin descanso, en nuestro propio beneficio. Porque nos es útil si le damos la importancia y el significado que merece.
A mis pacientes trato de explicarles que es como un radar buscando “peligros”. Pero lo que no hay que hacer es subir el volumen a esa parte de tal forma que no nos permita llevar nuestro día a día y nos condicione. Sino dejarla que haga su función, pero centrarnos y darle voz a la parte más consciente y voluntaria de nuestro cerebro.
Así, si en algún momento surge algún problema, de alguna forma tendremos recursos para afrontarlo porque ese radar ha ido funcionando adecuadamente.
No se trata de controlarlo todo. Por si no lo sabías, ya te digo que es completamente imposible. Hay muchas situaciones en la vida que nos vienen solas. Pero sí que podemos tener más control en lo que pensamos al respecto y eso es lo que va a determinar cómo nos sentimos y lo que hacemos. No se trata de evitar el dolor y el sufrimiento, sino de gestionarlo de una manera constructiva.
Vivir y sufrir son dos caras de la misma moneda, por tanto tenemos que aceptar que la vida conlleva sufrimiento. Pero eso no quiere decir que estemos sufriendo todo el tiempo y menos, generarlo nosotros anticipadamente. Por intentar evitar algo, sufro por no disfrutar el día a día y lo bueno que siempre hay y sufro imaginando lo malo que puede venir, aunque no llegue nunca. Actuando así, somos nosotros mismos los que no nos permitimos la parte buena que tiene vivir.
Los problemas hay que afrontarlos cuando lleguen, que llegarán. Confiando en nuestras cualidades y recursos y buscando ayuda cuando sea necesario. Y el dolor, que es inevitable, al final tiene que ser “generador de algo”; nos tiene que servir para construir, aprender, hacernos resilientes.
Por tanto, el miedo es una emoción que se vive y siente como real, aunque no haya un peligro real y éste venga de pensamientos irracionales.
Desarrollar nuestra tolerancia a la incertidumbre nos será de gran ayuda para mantener los miedos más a raya.
Sobre cómo gestionar la incertidumbre, os hablaré más adelante.
Desinfla el miedo e ínflate tú.