Villena, tierra de fronteras… también para las plantas

El día 2 de febrero se celebra el Día Internacional de los Humedales. Esta efeméride se decretó en 1997 y conmemora la primera convención sobre humedales que se celebró en la ciudad de Ramsar, en Irán, en el año 1971. En esa reunión se puso en marcha el conocido “Convenio Ramsar”, relativo a los Humedales de Importancia Internacional, especialmente como hábitat de aves acuáticas. Y es que la protección de la mayor parte de estos enclaves se lo tenemos que agradecer a estos animales, que siempre han sido admirados por el ser humano. 

Los humedales son ecosistemas de una fragilidad extrema, puesto que es el agua –ya sea dulce o salada– el factor que los mantiene en buen estado; pero este recurso vital es cada vez más escaso y en consecuencia los humedales irán secándose y toda su biodiversidad asociada terminará por desaparecer. Pero, no sólo están amenazados por la escasez de agua debido al clima cambiante, además tenemos que sumar algunas amenazas provocadas por el ser humano, como la sobreexplotación de los acuíferos, la alteración de la dinámica del agua, la roturación de lagunas intermitentes o los cambios en los usos del suelo… Sólo tenemos que recordar cómo a consecuencia de la acción humana perdimos nuestra Laguna. 

La campaña internacional de este año 2024 pone en valor los beneficios de los humedales para las personas y cómo sus vidas están entrelazadas con ellos. De esta manera, se pretende que la sociedad tome conciencia de la importancia de estos ambientes y siempre bajo el lema “cada humedal es importante, y cada esfuerzo cuenta”.

Además de albergar una gran biodiversidad y poner en valor la importancia de su mantenimiento para la salud ambiental, personalmente tengo que confesar cierta predilección por este tipo de ecosistemas, que han sido mi objeto de estudio durante toda mi trayectoria investigadora; unas veces trabajando en lagunas altoandinas, otras en ríos venezolanos, humedales sudafricanos o saladares mediterráneos; pero el germen de todos estos estudios radica en mis primeros trabajos, en los que estudié los saladares de Villena.

Los ecosistemas salinos de Villena tienen la característica de ser “saladares interiores”, con un alto contenido en sales de sulfato (yesos), que provienen de las margas triásicas de los cabezos que los circundan. La presencia de estas sales en el suelo es un factor limitante para el desarrollo de las plantas, ya que el exceso de sal es tan nocivo para las personas como para las plantas; pero mientras que en nuestro caso podemos gestionar la ingestión de la sal, en el caso de las plantas tienen necesariamente que adaptarse a vivir en ese medio. Este es el papel –y también el reto– importante que cumplen en la naturaleza las plantas adaptadas a suelos con altos contenidos en sales: la conquista de medios inhóspitos. Las especies de las que vamos a hablar son capaces de absorber el agua del suelo expulsado la sal a través de unas glándulas que alojan en las hojas, para que así este nocivo compuesto no forme parte del metabolismo. ¿Os imagináis que los seres humanos pudiéramos hacer una cosa así? Llevar la desaladora incorporada… Se acabaría nuestro problema de agua, podríamos beber directamente agua de mar; pero, hoy por hoy, eso sólo lo pueden hacer algunas especies.

Entre las plantas que tienen esta particularidad se encuentran los “tomillos saperos”, nombre que reciben algunas especies perennes del género Frankenia L. En nuestro municipio podemos encontrar dos diferentes. La primera, F. corymbosa Desf., muestra una distribución peninsular que se reduce al sureste ibérico, siendo muy frecuente en el litoral del sur de Alicante, Murcia y Almería; la segunda, F. thymifolia Boiss., es una especie continental que se encuentra en los yesos del sur de Madrid, Cuenca, Zaragoza y la Hoya de Baza; es decir, que procede del interior de la península. Ambas especies confluyen en estos saladares villenenses, porque Villena es una tierra de frontera y en las plantas también se demuestra… pero esto no es excepcional, pudiendo encontrarse otras plantas que tienen en nuestro territorio su límite desde el interior hacia la costa, y viceversa, y que se encuentran conviviendo aquí. 

Los dos tomillos saperos que crecen en nuestro municipio tienen un aspecto que recuerda ciertamente a los tomillos verdaderos –de donde deriva su nombre popular–, pero no son aromáticos y sus flores son regulares, formadas por cinco pétalos rosados y libres entre sí. Frankenia corymbosa es un pequeño arbusto de hojas estrechas, que puede confundirse muy fácilmente con el tomillo común (Thymus vulgaris L., de las Labiadas), pero que produce tallos en cuyo extremo se sitúan las flores en grupitos terminales densos, que en botánica se denominan corimbos –de ahí el epíteto “corymbosa”, que tiene las flores en corimbos); es una especie abundante en los dos grandes saladares de Villena, los que se sitúan en los extremos de la antigua laguna. Por otra parte, tenemos a F. thymifolia, una planta que da la impresión de estar tumbada en el suelo, con hojas pequeñas, parecidas también a las del tomillo, tanto que de ello deriva su epíteto específico –“thymifolia”, con hojas de Thymus–; esta especie muestra una ecología bien diferente, creciendo típicamente sobre las margas yesíferas de nuestro cabezos, y es tal su rareza en la Comunidad Valenciana que está recogida en los listados valencianos de especies protegidas de flora y fauna.

Aquí os dejo dos supervivientes vegetales que habitan en nuestros saladares, que debemos de conocer y proteger, y ser conscientes de la importancia de su papel ecológico en las zonas húmedas. Y no hay que olvidar que sin plantas y vegetación tampoco las aves podrían nidificar ni sobrevivir. Protejamos nuestra diversidad biológica y aprendamos para no repetir agresiones irreparables contra la naturaleza, porque lo que se pierde casi siempre es irrecuperable. Recordad cada humedal es importante, y cada esfuerzo cuenta.