Valorar lo que se tiene
- 4 mayo, 2021
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Hay momentos de la niñez que el paso del tiempo se encarga de hacer borrosos, fotografías en sepia que van perdiendo nitidez pero que permanecen en algún lugar de la memoria, imágenes de recuerdos tan rutinarios como esenciales en nuestra existencia.
De vez en cuando, sin que en apariencia haya un motivo que lo justifique, regresan de donde estaban y nos asaltan como si hubiera sido ayer, y no una eternidad, que los vivimos. Únicamente hace falta una conexión en nuestro cerebro, una chispa, no solo para que estén de vuelta, sino que lo hagan con una claridad tal que nos permite evocar cada detalle, nos regala cada aroma, cada sabor, cada vivencia experimentada de ese remoto pasado.
Mi primera visita hace unos días al paraje de los hornos del yeso, me retrotrajo a otros tiempos en que también la paz, la naturaleza y la buena compañía fueron los protagonistas. Si ahora eran los hornos, entonces fue “El Pozuelo”, otro paraje de infinita belleza enclavado en el corazón de las Sierras Salinas. Y, en ambos casos, un elemento común: la sensación de abandono. La misma que me invadió en la única incursión adulta en “El Pozuelo” tantos años después de mis excursiones infantiles y en la que ya no fui capaz de reconocer un paraje que había sido testigo de tantos domingos en familia.
Me consta que, tiempo atrás, se hizo un esfuerzo por recuperar los hornos y dotar al entorno circundante de una zona de recreo para disfrute de los visitantes, con la colocación de bancos y papeleras y su reforestación. De la misma forma que me consta que el extenso término municipal del que presume Villena, hace casi imposible abarcarlo por entero. Pero es una lástima que no se aproveche y, en muchos casos, ni siquiera sean conocidos por los ciudadanos, muchos lugares de extraordinaria belleza y óptimas condiciones para el esparcimiento repartidos por toda la geografía villenense.
Aunque todavía da más lástima que, en aquellos en los que se ha invertido dinero y tiempo, se dejen perder por la falta de mantenimiento, el ostracismo o el incivismo de unos cuantos (cuando no todos esos factores juntos), como es el caso del mencionado paraje de los hornos del yeso.
Es humano restar importancia a lo que se tiene, precisamente porque se tiene, pero no es de recibo esperar a perderlo para valorarlo y echarlo de menos. ¿Por qué entonces lamentarnos más tarde cuando podemos actuar ahora? Solo de nosotros depende.