Una sonrisa en la desgracia
- 2 septiembre, 2021
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Las fiestas de 1939 se vivieron de una manera especial. No era para menos. No ya porque la guerra civil había impedido su celebración en los tres años anteriores, sino porque el conflicto que había desgarrado el país de punta a punta había traído consigo el horror, el miedo, la devastación, la miseria y la muerte. Y no solo eso. En el horizonte se vislumbraba un futuro no menos pesimista.
Celebrar las fiestas apenas unos meses después de que se firmara la amnistía, con las tinieblas que quedaban a la espalda y las que se extendían más adelante, suponía un consuelo menor, pero consuelo al fin y al cabo. Una mera distracción que, no obstante, proporcionaba algo de luz en tan sórdido escenario.
Por ese motivo, el ayuntamiento se afanó en organizar los festejos en tiempo récor. Había, claro está, un propósito promocional en ese empeño: ensalzar las virtudes del régimen recién instaurado en contraposición con los funestos días pasados. El programa de actos editado para la ocasión así lo ponía de manifiesto sin ningún disimulo.
De cualquier modo, el pueblo, necesitado de ese consuelo, acogió con ilusión la posibilidad de recuperar sus días grandes. Tanto fue así, que incluso un grupo de personas se animó a fundar una nueva comparsa, la de Piratas, que en la actualidad puede presumir de ser la más numerosa de todas las que desfilan por la geografía festera.
Las fiestas se celebraron y transcurrieron dentro de la normalidad que se podía esperar en tales circunstancias. Un claro entre las sombras, una sonrisa en la desgracia. También, quizás, una forma de recordar a los que ya no estaban, a lo mucho que se había perdido.
Salvando las distancias, también ahora esperamos que la situación nos permita recuperar unas fiestas que, desde aquel lejano 1939, se habían celebrado ininterrumpidamente hasta que el coronavirus llegó a nuestras vidas. No será este año, pero puede que al próximo, esa luz consiga al fin abrirse paso entre los grises nubarrones. Depende de muchos factores, pero especialmente del humano, de nuestra capacidad para actuar con civismo y responsabilidad.
Sea como sea, cuando ese día llegue, cuando la música regrese a nuestras calles y las comparsas hagan su entrada, seguro que sabremos disfrutarlas con la ilusión de aquellos antepasados nuestros que se sobrepusieron a la tragedia hace ochenta y dos años. Con una sonrisa en la desgracia y recordando, como no podía ser de otra manera, lo que hemos perdido por el camino