Una mujer
- 19 octubre, 2020
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Una vez solo vi a Dios. Era una mujer enferma de cáncer que luchaba muy valiente. Con la fuerza y sensibilidad que su larga cabellera le permitía . Su cuerpo indagaba la complejidad de su enfermedad, trasgrediendo miedos inquietantes, de momentos aterradores y al mismo tiempo dulcemente humano. Cada pelo le traía consigo su propia culpa pero también el renacer a uno mismo…
Una mujer joven pero demacrada, desvalida ante la espera de su cura. Su pelo negro y en cascada hasta la cintura, desafiaba el frío de la químio . Sus ojos giraban al son de una música que no escuchaba. Sintió la noche profunda en su mirada eterna.
Pocas palabras, sentido del humor nulo, elementos del miedo. Empieza la caída del vello y le resta vida. Abre la puerta abierta al público que la mira. Ella con valentía abre el paraguas de una lástima que no busca. Y poco a poco se hace amiga de su calva. La viste de pañuelos que llenan de esperanza o de pelucas con vida impecable. Este destino con dos requisitos: elegancia y sangre fría.
Después de tempestades vuelve la calma y florece el pelo como un ramo de rosas. Esbozando pequeñas sonrisas del caprichoso destino y la claridad deja de ver a una mujer nueva. Complacida.
Hay muchas mujeres que luchan porque su enfermedad sea un tren con una estación con salida. Mi mujer sigue trenzándose el cabello sin importarle qué pierde densidad. Lo peina con delicadeza pero firme en su decisión de amar la vida, pese a todo. Sigue su camino.