Una flor de papel
- 1 octubre, 2024
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Dedicado a la Sociedad Musical Ruperto Chapí, por hacer magia en la oscuridad a través de la música
Centro de Alzheimer, Villena
2 de agosto de 2023
La mayor parte del tiempo perdía la mirada en el suelo húmedo y solo, de cuando en cuando, se atrevía a alzar los ojos para encontrarse con la oscuridad. La suya, era una existencia de paredes desnudas de ladrillo donde hacía mucho quedó grabada la palabra desesperanza. Antes, al principio, todavía se resistía. Sobre todo en los primeros días, cuando no se había hundido en el pozo y escapar de él todavía parecía posible. Se agarraba con todas sus fuerzas a aquellos ladrillos gastados y trataba de trepar sin éxito. Cuando sus manos se quedaban sin uñas, abandonaba la lucha no sin mirar una y otra vez a ese cielo que se abría deslumbrante a apenas unos metros sobre su cabeza.
Con el tiempo, las esperanzas de escapar fueron menguando al tiempo que crecía, centímetro centímetro, la distancia entre él y la salida. Todavía su atención se centraba en la luz del día que, cual promesa, se esforzaba por adentrarse en el interior del pozo. Pero los rayos del sol apenas conseguían llegar al fondo para acariciar su cuerpo vencido.
Luego la noche se apoderó del día y la oscuridad se volvió completa. Ya no había esperanza. Ya no había luz que prometiera una posibilidad. Ya no había más que un silencio de voces amortiguadas en la distancia. Sabía de esas voces, le resultaban familiares, era consciente de que trataban de llegar hasta él, pero cada vez le costaba más reconocerlas, le costaba más escucharlas en el fondo de aquel pozo que se hacía más grande por momentos.
Pero entonces llegó la música, abriéndose paso en la oscuridad, trayendo destellos de otros tiempos. Una ventana se abrió a su lado y quiso ver, a través de ella, recuerdos que en realidad no lo eran. Las fiestas de su pueblo, aquel pasodoble con el que tantas veces desfilara en sus días de juventud, el olor de la alábega recién cortada, el primer amor adolescente…
Se acercó, ya sin complejos, a aquella ventana surgida de la nada, se asomó a ella y disfrutó del espectáculo. Había una banda tocando un buen puñado de piezas festeras. Había un señor quien, a pesar de sus evidentes problemas para controlar su cuerpo, trataba de seguir el ritmo de la música. Había una señora, a la que tal vez un día conoció, que actuaba de cabo frente a otro grupo de personas que hacían las veces de improvisado bloque. Y había, de eso fue consciente enseguida, una expresión de alegría dibujada en los rostros de todos los presentes.
Por un momento, supo quién era. Por un momento supo de su existencia. Por un momento se creyó con las fuerzas suficientes como para atreverse, en un intento postrero, a escalar el pozo y escapar de él. Con decisión, se agarró de nuevo a la piedra y trató de subir, metro a metro, las paredes de ladrillo. Sin embargo, la oscuridad vino desde el fondo para susurrarle al oído, para embelesarlo, para abrazarlo y devolverlo de nuevo a su lado. Él se dejó llevar, pero antes de abandonarse de nuevo, una lágrima aislada le trajo la imagen de una flor de papel hecha de partituras.