Una de fantasmas
- 31 mayo, 2023
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Nada hacía presagiar los acontecimientos que habrían de sucederse en ese domingo de abril, Día del Voto, una festividad aprovechada por los más jóvenes para reunirse en calurosa camaradería y disfrutar de los primeros calores de la primavera. Solo que no eran agradables temperaturas con lo que habrían de encontrarse.
Jesús se levantó temprano, como tenía por costumbre, aun cuando fuera día de fiesta. Además, su interior albergaba la ilusión de un amor que daba sus primeros pasos, tímidos tal vez, pero seguros. Un amor que apenas le dejaba comer, mucho menos dormir más de un par de horas antes de que las ensoñaciones lo despertaran en mitad de la noche.
Ese domingo la vería. Pasarían el día juntos. La pandilla había decidido disfrutar de la jornada de asueto en un campo cercano al pueblo, por la zona de La Losilla. Las horas, esas que a veces nos llevan en volandas, se empeñaban en pasar despacio, dilatando el momento del encuentro entre los amantes, para desesperación de Jesús.
Con tal de aliviar su tormento, decidió salir fuera para dar un paseo por Las Cruces. Al abrir la puerta, se encontró con la sorpresa. La nieve, que sigilosamente había decidido caer durante la noche, lo había hecho de manera inusual y copiosamente. Habría como cincuenta, quizás ochenta centímetros de profundidad. Resultaba difícil caminar en esas condiciones, así que volvió dentro.
Al cabo de un rato llamaron a la puerta y el hermano de Ramira, amigo íntimo de Jesús, le dio la mala noticia. Los padres de la chica habían tomado la decisión de no permitirle ir. El lugar donde los jóvenes habían decidido reunirse estaba alejado y las condiciones no invitaban precisamente a pasar la prometida jornada de campo.
Frustrado, enfadado y taciturno, Jesús terminó por asistir a pesar de que su mayor incentivo, pasar el día con Ramira, se había esfumado con la llegada de la nieve. Necesitaba entretener la mente para no consumirse en su rabia adolescente.
El día festivo transcurrió con la normalidad que la nevada había permitido. De hecho, fue la gran protagonista. Los jóvenes se dedicaron a lanzarse bolas y a fabricar amorfos muñecos de nieve. Hubo risas, hubo diversión. Y es que, la energía adolescente, el entusiasmo juvenil no se frena con facilidad.
Llegada la noche, en el ambiente se fue tejiendo una atmósfera neblinosa que parecía anunciar fantasmas. El grupo decidió refugiarse en el interior de la casa, más por el temor a las sombras imaginadas que a las bajas temperaturas. Pero al resplandor de las mortecinas luces de la vivienda, surgieron historias y surgieron también los desafíos.
—¿A que no hay narices a ir al huerto del tío Candelas y robarle unas cuantas lechugas? —propuso alguno y no hizo falta decir más.
Hubo quien se ofreció y hubo quien agachó la cabeza, pero la cuestión es que apenas un puñado de adolescentes terminó formando la expedición. Solo que, en cuanto partieron, uno de los que había decidido quedarse llegó con otra propuesta que fue secundada por la mayoría por las risas que les iba a proporcionar.
Los ladrones de lechugas, a quien parecía abandonarle el valor inicial conforme avanzaban con esfuerzo entre la inseguridad de la niebla y la dificultad de la nieve, llegaron al fin al huerto vecino y se dispusieron a hacerse con su botín. Un crujido cercano les hizo ponerse alerta. Forzaron la vista en la oscuridad y esta solo les ofreció negrura.
Iban a continuar con su labor cuando un segundo crujido, este mucho más cerca, certificó que alguien o algo se acercaba. No tuvieron que esperar mucho. De detrás de unos árboles junto a una rambla, salieron unas figuras fantasmagóricas que aullaban de manera lastimera.
Los improvisados ladrones dejaron atrás su botín y corrieron lo más deprisa que la nieve les permitía mientras los supuestos espectros, disfrazados con sábanas, se regocijaban por el resultado de la broma. Más tarde, en la casa, todo quedó aclarado, pero más de uno recordaría aquella jornada campestre durante el resto de su vida.
En cuanto a Jesús, pudo aparcar por unas horas su frustración juvenil, aunque esa noche se despertara otra vez en la madrugada con la imagen de Ramira grabada en su mente y proyectada en el techo de su dormitorio.