El triunfo de la esperanza
- 7 febrero, 2019
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A raíz de la desafortunada caída de Julen en un pozo y el posterior via crucis al que se ha visto sometida la familia del niño, muchas han sido las manifestaciones públicas de solidaridad. Tampoco es algo que deba sorprendernos; el otro día lo expresaba perfectamente alguien en Facebook: cuando verdaderamente se nos necesita, los españoles somos la hostia.
Decía el padre de Julen a los pocos días del trágico suceso que los tuits llegados de todas partes estaban muy bien, pero que no iban a devolverle a su hijo. Imagino que, en el fondo y movido por la profunda desolación en que estaba sumido, no le faltaba razón. Pero también es cierto que esas muestras de apoyo solo eran el principio de lo que ha pasado después.
Profesionales de todas partes de España se han volcado, en muchos casos de manera desinteresada, en la mayoría de los casos sin permitirse el lujo de que el cansancio o el desánimo pudieran con ellos, para que esta historia que tenía en vilo a un país entero, acabara en final feliz.
Porque eso es lo que todos esperábamos, que esto acabara felizmente, que Julen y su familia se pudieran fundir en un abrazo para después irse a comer perdices, o unas pizzas, o un espeto en la playa de Málaga. Y con tal motivación han estado trabajando esa amalgama de profesionales en tan penosas condiciones y a pesar de las dificultades que, un día sí y otro también, se han ido encontrando en su camino por dar con el niño.
En el momento en que escribo estas palabras, acaba de confirmarse el peor desenlace posible, el que nadie quería, el que por desgracia iba tomando forma con el paso de las horas y los días. Mientras Julen seguía atrapado allá abajo, seguía intacta la esperanza. Y precisamente es eso lo que se perseguía: el triunfo de la esperanza. Desafortunadamente, tal posibilidad se ha extinguido de la misma forma que lo ha hecho la vida del niño. Y lo único positivo que se puede extraer de tan desgraciado trance, es la solidaridad a que hacía referencia al principio.