Sedas, rasos y tafetanes
- 11 diciembre, 2017
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Si por casualidad estás leyendo este artículo y si por azar de la vida, ya has ojeado otros de los textos en los que tengo el vicio de contar parte de mi historia, sabrás que no es la primera vez que utilizo la frase:«Qué hace una chica como tú en un sitio como éste». Y no es sólo porque me chifle la composición de Burnning, que nos hizo cantarla en plenos ochenta; sino porque soy especialista en meterme en charcos que no son los míos, en saltarme las reglas socialmente establecidas y lanzarme a la piscina sin agua y sin red.
No, no soy muy atrevida, pero, a veces sin saber porqué doy un paso adelante y ya estoy, otra vez, en arenas movedizas. La última, ya la publique en Facebook hace unos meses, como mi penúltima locura. Escuché la canción de Macaco, “Saca tu loco a pasear”. Le dejé salir a dar una vuelta y cuando regresó ya no había marcha atrás. Y por si algunos todavía no se han enterado, fue la de presentarme como madrina de la comparsa de Cristianos. Y en eso andamos.
Desde entonces me pregunto con frecuencia «qué hace una chica como tú en sitio como éste».Debería de cambiar de una vez por todas, lo de chica por señora. Pero así, más que de Burnning, la canción va a parecer de Bertín Osborne.Y a eso me niego.También reconozco, que algo tiene ver con el síndrome de Peter Pan que llevo dentro.
Navego por comidas, fiestas, desfiles como pez fuera del agua. Sin embargo he de reconocer que son muchos y muchas los que llenan la pecera hasta hacerme sentir más que cómoda. No es una especie de calvario, sino todo lo contrario. La asfixia inicial se ha convertido en un sendero lleno de nuevos compañeros de viaje, como Dorothy en la novela infantil El maravilloso mago de Oz, cuando tras el huracán encuentra un mundo diferente.
Y en ese universo particular, en ese colectivo, diverso, plural e inconcreto, que son los cargos festeros existe una categoría, que son las madrinas. A veces me alejo un poco y observo, es una táctica que utilizo para aprender, para comprender. Las miro desde fuera y me veo hace muchos años. Envuelta en tafetanes, sedas, rasos, puntillas y tiras bordadas sin saber qué significan y eligiendo sólo por el color que mejor va a combinar con la banda. Cargada de ilusiones, en un año que hay que exprimir al máximo porque nunca va a volver. Aunque, que a veces por derroteros de la vida, regresa.
Las miro y me pregunto cómo unas chicas en pleno siglo XXI andan ocupadas en el encaje de un delantal. De repente, mis neuronas se anudan y la parte más racional se compensa con la irracional, con la emocional. Todo cobra sentido. Existe un lazo que me une a ellas, que comparto, que me enlaza a ese grupo heterogéneo, que jamás caminaría unido por un sendero vital, si no fuera por la pasión que todos sentimos por los Moros y los Cristianos.