Reflexiones desde el aislamiento (II)
- 26 marzo, 2020
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Empresas que han reconvertido su producción para centrarse en elaborar mascarillas y equipos de protección para ser enviadas a donde hagan falta; un empresario que, delante de su plantilla laboral, rompió a llorar porque debía cerrar ya que la hermana de un trabajador había dado positivo en coronavirus y no quería poner en peligro la salud de nadie; miles de personas aplaudiendo, a las 20 h, para agradecer la tarea que están haciendo otras personas; mujeres y hombres que, por unos minutos, dejan de recoger carlotas para mirar alegremente a la cámara que está grabando y aplauden; gente que reparte gratuitamente comida caliente, bebida y fruta a quienes conducen camiones llenos de alimentos para impedir el desabastecimiento; suministros donados sin coste alguno por cooperativas y empresas; personas voluntarias que reparten alimentos a la gente anciana para que sigan en casa y no se arriesguen; carteles de arco iris realizados en los domicilios con el título “todo saldrá bien”; hacer entender a las personas ancianas que no dejarlas salir de casa es un gesto de amor hacia ellas… Así puedo seguir ad infinitum.
La pandemia nos está poniendo en nuestro sitio, que no es otro que darnos cuenta de que nadie puede vivir solo; que nadie se enriquece como persona sin semejantes a su lado; que nadie puede vivir sin recibir un saludo, abrazos o dos besos; que todo ser humano necesita cuidados sanitarios y educativos para sanar cuerpo y alma; que precisa del contacto con otros seres humanos y, sobre todo, que la empatía y la solidaridad deben ser las conexiones mutuas.
Es admirable lo que está sucediendo. Y muy emocionante. Aplaudo todas las noches porque quiero homenajear a personas que no conozco pero sé que se están dejando la piel por curar, alimentar, atender en tiendas y proteger en las calles, carreteras, puertos y aeropuertos a otras personas.
Tanto unas como otras no se conocen pero se reconocen en lo esencial: son seres humanos y forman parte de la misma familia. Por eso, cuando alguien sufre, el resto se moviliza para paliar su sufrimiento. No importa la orientación política, religiosa o sexual de quien padece: es un ser humano y la familia no deja a nadie en la indiferencia ni en el olvido; por consiguiente, las puertas del hospital –o de donde sea- se les abren de par en par.
Somos la Humanidad, somos más de siete mil millones que progresa cuando sus miembros cooperan y priorizan sus necesidades humanas sobre otras de cualquier otra índole. Esta pandemia nos está sirviendo para mostrar que somos la Humanidad humanizada y no es reiteración sino una gran certeza; me enorgullece sentirme parte de este inmenso colectivo.
Antes no me valían las ideologías que preconizaban que, para cuadrar los números financieros, era necesario aplicar reformas económicas y laborales aunque éstas supusieran costes humanos; pero desde que la pandemia arrecia por el planeta, mucho menos.
“Mi patria es el mundo; mi religión, hacer el bien”. Thomas Paine.
Fernando Ríos Soler