Recuperar la ilusión
- 4 enero, 2020
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Ahora ya conocía el gran secreto, pero eso no le hacía sentirse poderoso. Muy por el contrario, había algo nuevo en su interior, algo que no le gustaba, un vacío, una sensación extraña y fría.
Se arrepentía demasiado tarde de haber insistido, de haber forzado una situación que en nada lo exigía. Era cierto que su insistencia se debía a los rumores, a las palabras aisladas escapando de una conversación, o directamente a las afirmaciones poco disimuladas de algunos compañeros de clase. Pero podía haberlas ignorado, al menos un tiempo más, al menos otro año.
¿Qué haría ahora en navidad? ¿Cómo afrontaría la noche de reyes tras perder la ilusión? ¿Qué sentido tendría levantarse por la mañana y aceptar unos regalos que se sustentaban en esa gran mentira perpetrada por sus padres?
Nada sería igual a partir de entonces, era consciente. De hecho, desde que supo el secreto, sentía que una parte de su infancia se había esfumado como el humo, que ahora era menos niño y, en consecuencia, estaba más cerca de ser un adulto; y, eso, lejos de parecerle algo bueno, lo incomodaba.
Pero llegó navidad, y llegó la noche de reyes. Y aunque solo fuera por su hermano pequeño, se unió a la farsa, no le quedaba más remedio. Le hizo ver que había que acostarse pronto para no ser sorprendido por sus majestades, compartió con él unos nervios que ya no sentía, le habló de lo que esperaba encontrar debajo del árbol a la mañana siguiente.
Apenas había dormido unos minutos cuando los dedos suaves y calientes de su hermano le dieron unos golpecitos tímidos sobre la cara. Consiguió espabilarse con gran esfuerzo para comprobar que no habían pasado unos minutos, sino una noche entera, la primera noche de reyes que conseguía dormir de un tirón desde que tenía uso de razón.
Con poco interés y mucho teatro, se levantó y acompañó a su hermano camino de un salón aún en penumbras. Mientras recorría el pasillo, un nudo incontrolable le atenazó el estómago. Pensó que no eran más que reminiscencias de tiempos pasados y trató de serenarse, sin demasiado éxito.
Solo cuando llegaron al salón y vio la ilusión reflejada en los ojos de su hermano, comprendió que también él la conservaba, que la infancia que creía perdida seguía intacta en lo más profundo de su alma, y que no importaba cuánto creciera, porque siempre sabría encontrar esa ilusión en otros ojos, en otras almas.