¿Qué modelo de ciudad queremos?
- 9 marzo, 2025
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Mucho se ha comentado en estos meses sobre el ajardinamiento con césped artificial de las nuevas obras urbanas. He podido leer en las redes sociales a personas que se echan las manos a la cabeza ante este plástico verde que tapa los alcorques y a otras que lo ven como una buena solución. Son muchos los comentarios surgidos a raíz de estas actuaciones. No, no voy a dar mi opinión sobre ellas, ya que no dejan de ser puntuales en las reformas de nuestro entorno urbano, un modelo de ciudad que llevamos planteando desde hace más de dos siglos.
Y es que repetimos los mismos patrones en cada una de las transformaciones de nuestros parques y jardines, algo que, en nuestra ciudad, últimamente no deja de suceder. Hace muy poco, veíamos caer un ciprés durante las obras de la Plaza de las Malvas y nos lamentábamos de este hecho. Pero es que esos árboles ¡son seres vivos! no deberíamos intentar amaestrarlos para que quepan en un alcorque o para aguantar todo lo que los seres humanos somos capaces de echar en esos reductos de tierra. Para nuestro entendimiento, ese es el mejor lugar para dejar basura, cigarrillos y, cómo no, mascotas que nitrifican ese suelo bajo la expresión “es abono para las plantas”. Bueno, un poco de nitrógeno no les viene mal, pero la ingente cantidad de orines que reciben termina por quemar a estos árboles atrapados entre el hormigón.
A menudo, sinomimizamos el alcorque a la zona de la acera más degradada, que puede ser utilizada como basurero. ¿Y por qué no utilizamos la zona adoquinada u hormigonada? Está claro, nos parece que eso hay que mantenerlo limpio. Por otra parte, también es deseable que los árboles nos den sombra; está comprobado que reducen la temperatura del asfalto y tienen un montón de beneficios que no voy a enumerar… Pero, que los poden a tiempo para que no me tapen la luz o la vista en épocas de asomarme al balcón, sea o no el mejor momento para la poda. Somos víctimas de nuestra propia naturaleza egoísta.
Por eso, antes de que nadie juzque ciertas actuaciones, me gustaría hacer una reflexión: antes de opinar, debemos pensar qué modelo de ciudad queremos. Como he dicho anteriormente, llevamos casi dos siglos generando ciudades “limpias”, donde la limpieza y la higiene están reñidas con el medio natural. Nosotros mismos, en nuestras casas de campo, rodeamos las edificaciones –si no toda la parcela– con un “jardín de hormigón”… que se quiten los suelos de tierra y piedras: ¡Eso es “muy sucio” y ensucia mucho la casa cuando entras! Es también común escuchar: “Quitemos estas malas hierbas que crecen alrededor, que afean”. Todo tipo de vida no estabulada en macetas, rincones o jaulas no se permite alrededor de nuestro entorno en el siglo XXI. El imaginario de ciudades ideales, tanto en el cine como en la cotidianeidad que nos rodean, está lleno de bosques de caramelos, árboles de algodón, hierro y hormigón, mucho hormigón. Sólo hay que ver la película recientemente oscarizada The Brutalist, que gira en torno a una mole de hormigón encima de un cerro. No es mi intención criminalizar a nadie; yo también formo parte de esta sociedad y me estaría criminalizando a mí también.
Ahora estamos en un momento en el que podemos elegir cambiar este modelo de ciudad. Desde Europa está llegando la voz de alarma de la necesidad de rodearnos de naturaleza. El pasado año 2024 se aprobó la Ley de la Restauración de la Naturaleza. Curiosamente, y a mí me parece muy acertado, se incluye el arbolado urbano en su articulado, donde se establece por ley el mantenimiento de los espacios verdes urbanos hasta 2030 y un aumento del 5% en 2050, garantizando una superficie verde del 10% en todas las ciudades. Y no debemos olvidar que somos una de las regiones más árida de Europa, donde el establecimiento de este tipo de vegetación es mucho más costoso que en otras zonas, por lo que tenemos que pensar en otras formas de mantener el agua. Algunos pioneros en la lucha contra el cambio climático están organizando sus ciudades con el concepto de “ciudades esponja”, donde se trabaja en la lucha contra las inundaciones y otras catástrofes climáticas. ¿Y cómo se hace una ciudad esponja? Pues el truco para que una ciudad sea más absorbente consiste en añadir más jardines y otros espacios verdes que permitan que el agua se filtre a los acuíferos subyacentes. Ya hay ciudades en el mundo, como Berlín (que no está tan lejos), donde están trabajando en esa forma de retención del agua. Actualmente vivimos en ciudades impermeables. En nuestra región, como estamos viendo, el agua es arrastrada por las calles, donde, incluso con pequeñas pendientes, gana velocidad y no se absorbe debido a que el asfalto y el hormigón no percolan. El trabajo de absorción se lo dejamos a la insuficiente red de alcantarillado. Vemos cómo el agua destruye todo a su paso. Con “ciudades esponja” evitaríamos o reduciríamos significativamente estas avenidas y recuperaríamos parte del agua; sería una forma de luchar contra el cambio climático. Sin embargo, eso implicaría tener ciudades más “sucias”, con más suelo desnudo y más vegetación, y con materiales más porosos que dejen pasar el agua.
Ahí va mi reflexión: ¿Hasta qué punto somos capaces de vivir en comunión con la naturaleza y actuar de forma generosa con nuestras generaciones venideras? Que cada cual se conteste a sí mismo con sinceridad.
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Hay que educar con el respeto con la naturaleza y la limpieza de las ciudades y su entorno.