Prioridades

  • 20 febrero, 2012
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Se les llena la boca con ella, la repiten hasta la saciedad, la adornan, la edulcoran, nos la presentan envuelta en papel celofán, con sus ribetes, con sus lazos. Su gesto, solemne, severo, circunspecto al pronunciarla. “La educación es una prioridad para nosotros” afirman sin complejos nuestros políticos de cuando en cuando. No les tiembla la voz al enfatizar cada una de esas palabras, no se ruborizan, ni siquiera muestran atisbo de inseguridad. Da la sensación de que, realmente, ellos mismos lo están creyendo.

 

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Lejos de ser un asunto importante para nuestros políticos, la educación es esa hija pequeña de un matrimonio mal avenido que se utiliza como arma arrojadiza y que siempre es víctima de sus vaivenes. Se habla de la calidad de la enseñanza, pero continuamos a la cola de Europa. Se subraya la necesidad de un cambio, pero ese cambio llega tarde, mal y nunca. Y, lo que es peor, sin consenso, garantía de que, en cuanto los aires políticos soplen en la dirección opuesta, lo que hoy se modifica, volverá a ser modificado mañana.

 

No hacen más de un mes de las últimas medidas. Sinceramente, me causan indiferencia. Y no hay nada más triste que la indiferencia. Siempre es mejor inspirar algún tipo de sentimiento, aunque sea negativo, que no inspirar absolutamente nada.

 

De todas esas medidas adoptadas, la que más me ha chocado es la que atañe a esa prescindible asignatura llamada Educación para la Ciudadanía. Resulta curioso que, después de todo el revuelo montado alrededor de ella, llegue el nuevo gobierno y, en lugar de suprimirla sin más, la reconvierta en otra. Se nos dice que lo que se ha eliminado es el carácter dogmático de la asignatura, cuando la realidad es que, sencillamente, no debería existir. Lo que se necesita la escuela es más tiempo dedicado a las instrumentales, dígase Matemáticas y Lengua, y menos a experimentos que no nos llevan a ninguna parte y que hace, de nuestros alumnos, aprendices de todo y maestros de nada.

 

Capítulo aparte merece nuestra Conselleria, endeudada hasta las cejas. Los tiempos que corren requieren sacrificios, pero no siempre han de ser los mismos los que se priven. “La educación es una prioridad” dicen, para a reglón seguido reducir las partidas presupuestarias destinadas a la enseñanza. ¿Quieren sacrificios? Que empiecen por ellos mismos y después, cuando hayan dado ejemplo, podrán exigírnoslo a los demás.

 

Por no librarse, no nos libramos ni en el municipio. También aquí la educación, al igual que la cultura, ha visto reducido su presupuesto. Como se puede ver, nadie está libre de pecado, pero nos lanzan piedras en forma de palabras vacías de contenido no sé si para convencernos a nosotros o para convencerse a ellos mismos. “La educación es una prioridad”. Pues no lo parece. Sería saludable que, en vez de tanta frase bonita, de tanto brindis al sol, de tantas buenas intenciones, le dieran a nuestras escuelas el valor que merecen. También estaría bien que dejaran de enarbolar, sin el más mínimo pudor, la bandera de la educación. Sobre todo porque, en parte por su culpa, la pobre está hecha jirones.

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