Primera Plana
- 24 diciembre, 2024
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Se afanaba en darle los últimos retoques a la primera plana antes de marcharse a casa. A esas horas, no quedaba nadie en la redacción. La noche hacía mucho que había caído sobre la ciudad y poco a poco, todos los trabajadores se habían ido marchando con la alegría que les proporcionaba el día de descanso que llegaba con la Nochebuena.
También él tenía ganas de irse con su familia, pero ser el director del diario de máxima tirada acarreaba unas responsabilidades que no podía eludir, incluso en fechas como esas. Nada convencido, redistribuyó una vez más imágenes y titulares. Sabía que no podía aguantar mucho, que debía dar la orden para que se pusieran en marcha las rotativas, pero le parecían tan feas las noticias, tan poco acordes con una época donde, según la tradición aprendida desde la infancia, todo debía ser paz, amor, prosperidad y esas cosas, que le parecía ilógico que la edición del 24 de diciembre amaneciera con políticos tirándose los trastos a la cabeza, desastres naturales en cualquier parte del mundo o asesinatos, robos y muertes por doquier.
Fue a sacar un café de la máquina y, cuando regresaba, una idea pasó por su cabeza. Sabía que, de hacer lo que estaba pensando hacer, lo más probable era que su regalo de Navidad fuera una carta de despido, pero no le importó. Al fin y al cabo, apenas restaban dos meses para la jubilación, estaba cansado y, como se suele decir, para lo que le quedaba en el convento…
Buscó fotos al azar en internet y en los propios archivos de su ordenador y luego, como si estuviera poseído por algún tipo de fiebre, se puso a teclear sin descanso. Solo cuando consideró que había terminado, echó un vistazo general y sonrió satisfecho con el resultado. Entonces leyó en voz alta las noticias que iban a figurar en la portada del día siguiente:
—Una Navidad sin delitos. En el día de ayer se produjo un hecho histórico. No se contabilizó un solo crimen en el mundo.
—Científicos españoles encuentran la cura definitiva para el cáncer.
—Gobierno y oposición dejan a un lado sus diferencias y firman un acuerdo para reducir sus sueldos a la mitad para ayudar a las personas necesitadas.
—Ni un solo accidente de tráfico en el puente de Navidad.
Apuró el café y luego descolgó el teléfono para dar la orden de que la edición se pusiera en marcha. Si al jefe de taller le parecieron bien o mal las noticias que iban a figurar en portada, no dijo nada al respecto. Luego, el futuro exdirector del periódico de mayor tirada de la ciudad, cogió su chaqueta y salió de la solitaria redacción camino de su casa.
Al día siguiente se levantó temprano, como tenía por costumbre y, siguiendo una tradición de varios años, fue a comprar unos churros con chocolate. Era el único día en que él y su familia se permitían el capricho y esa Nochebuena no iba a ser una excepción.
Mientras caminaba por la calle, quiso detectar una alegría diferente entre los vecinos con los que se cruzaba, pero la achacó a las fechas en las que se encontraban. Sin embargo, se respiraba una atmósfera diferente, podía sentirlo, y no terminaba de entender el motivo.
Al entrar en la churrería y ocupar su lugar en la cola, no pudo evitar ser partícipe de una conversación que mantenían dos personas delante de él. Hablaban de que ya había sido hora de que los políticos dejaran de pensar en sus intereses y de que el dinero que se iba a conseguir con la rebaja de sus sueldos iba a hacer un bien inimaginable a mucha gente.
Luego escuchó a dos mujeres en la calle que se congratulaban por el hecho de que no se hubieran producido crímenes en todo el día anterior y lo veían como un motivo para la esperanza. Él se rio divertido, ya que no esperaba que lo que no había sido más que una gamberrada amable por su parte hubiese tenido tanta repercusión.
Sin embargo, al pasar junto a un quiosco y, tras dedicar unos segundos a analizar la portada de su periódico, descubrió con sorpresa que todos los demás diarios, tanto los de tirada nacional como internacional, abrían con las mismas noticias que él había perpetrado en su cabeza la noche anterior.
—¿No le parece increíble lo de la cura del cáncer? —le preguntó el quiosquero sin poder evitar que se le escapara una lágrima—. Tengo una niña con leucemia y había perdido la fe, pero ahora…
El director del periódico asintió sin dar crédito y luego echó a andar de vuelta a su casa. Cuando ya se encontraba frente al edificio, comenzó a nevar y él se quedó en mitad de la calle, dejando que los copos mojaran su cara. Justo antes de entrar, sintió también la necesidad de llorar y se abandonó a ese sentimiento que en ese instante llenaba su alma de una inmensa felicidad.