Primavera silenciosa
- 26 abril, 2023
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A lo largo de la historia, sobre todo si nos atenemos a la historia reciente, encontramos casos de mujeres que supieron sobreponerse a la sociedad patriarcal, a los preceptos inamovibles, a su propio estatus incluso, para abrirse paso con empeño, con dedicación, con pasión, pero sobre todo con valentía.
Es este el caso de Rachel Carson, una bióloga marina a quien se puede considerar la precursora del movimiento ecologista o, como mínimo, la responsable de popularizar este movimiento en el conjunto de la sociedad. Y no lo tuvo fácil. No solo por el hecho de ser mujer en una época en que el mundo todavía era cosa solo de los hombres, sino porque se tuvo que enfrentar a la poderosa maquinaria de la industria química estadounidense, clave del crecimiento económico de posguerras en el país americano.
Pero Rachel Carson puso todo su empeño en denunciar los efectos nocivos que los pesticidas provocaban, no solo en los campos de cultivo, sino también en la cadena alimenticia, en la flora y en la fauna, e incluso ponía en riesgo la salud humana. De hecho, ella no hablaba de pesticidas, sino de biocidas.
Puso su dedicación al servicio de esa causa cuando una amiga suya compartió con ella una carta enviada a varios periódicos en la que se alarmaba por la muerte de todas las aves de su santuario natural tras una fumigación con DDT para acabar con una plaga de mosquitos. Antepuso incluso su trabajo como bióloga marina para publicar un libro, Primavera silenciosa, que levantaría ampollas en el sistema capitalista estadounidense, al tiempo que concienciaría a millones de personas sobre el daño que la humanidad estaba provocando sobre el planeta.
Demostró su pasión por el mundo animal y por la naturaleza, aprendido de su madre en la granja familiar donde Carson se crio, así como por la literatura, expresándola en varias de sus obras, donde combinaba con maestría la minuciosidad y precisión científica con una elegante prosa lírica, dos elementos a priori difíciles de encajar.
E hizo gala, en fin, de su valentía, cuando la industria química estadounidense trató de desacreditarla. Se valió de todos sus recursos, de todas sus influencias económicas y políticas para ir contra ella y retratarla como una “solterona histérica” que estaba creando una alarma social injustificada. Y aun así, se mantuvo firme, defendiendo una causa en la que creía con firmeza y determinación, hasta que su Primavera silenciosa fue escuchada por las altas esferas y el propio presidente Kennedy ordenó una investigación en la que se determinó la retirada de la mayoría de los plaguicidas que Carson denunciaba en su libro.
Rachel Carson moriría en abril de 1964, víctima de un cáncer de mama, dos años después de que su libro viera la luz. Para entonces, el movimiento ecologista se había puesto en marcha. Si hoy levantara la cabeza, o pudiera ver el más acá desde un hipotético más allá, supongo que el sentimiento sería agridulce. Por un lado, le reconfortaría saber que su lucha no fue para nada. Por otro, la desconsolaría comprobar que en en estos sesenta años se ha avanzado menos de los deseable y que muchas de las aves que guardaban silencio en aquella primavera que denunció en las páginas de sus libros, siguen callando ahora.