Otra vuelta de tuerca
- 26 septiembre, 2016
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La imposición de valores morales como verdades incuestionables por parte de algunos colectivos se está haciendo tan habitual que nos estamos acostumbrando y percibimos como normal las presiones y críticas que reciben ciudadanos que están cumpliendo con la legalidad.
Me refiero en este caso a los vecinos de El Rabal, que con su directiva a la cabeza tiene que soportar cada año presiones sobre los proyectos que proponen cuyo único fin es complicarles la vida y dificultar la labor que altruistamente realizan.
El pasado año el feminismo, este el animalismo.
Palos en las ruedas para dificultar un arduo trabajo que bastante tiene con la organización de un evento que adapta a la legalidad todas sus actuaciones.
Otros colectivos que se bautizan a sí mismos con nombres que pretenden establecer una superioridad moral con respecto al “típico pueblerino”, denominándose como feministas, animalistas, artistas o intelectuales, vienen a explicarnos lo que piensa una oca, lo que se estresa a un burro o lo que siente un halcón.
Hemos sido testigos en los últimos años de como a pesar de tener unas cortes que elaboran las leyes de este país, nuestra población ha cerrado sus puertas a los circos con animales, a las corridas de toros y ahora atacan a lo que todavía nos queda a pesar de ser legal.
No discuto que en los dos primeros casos se pueda cuestionar el maltrato animal, pero como conocedor del mercado pongo en duda que esto suceda allí y temo una nueva vuelta de tuerca en la que acosen a la gente a la salida de las carnicerías llamándola asesina por comprar un jamón.
Quizás los amantes de los animales piensan que un ave de corral es más feliz en una jaula de medio metro cubico con once compañeras más viviendo con luz permanentemente para que pongan más huevos, que las que pasean por El Rabal en San José.
También es posible que crean que es mejor que una rapaz muera a los pies de una línea eléctrica, a que sea socorrida por los señores de La Clariana y tenga una segunda oportunidad convirtiéndose en una cetrera.
A lo mejor, seguramente prefieren que los burros se extingan antes de que carguen con un niño al que su padre llevaba a hombros un momento antes.
Seguramente me estoy precipitando y los integrantes de estos colectivos no hacen uso de la electricidad, ni son padres, ni comen huevos.
Creo que sería conveniente que estas personas denuncien el maltrato cuando este se produzca y no lanzar acusaciones inconcretas sobre todo un evento sin más motivo que ensuciar su prestigio.
Es evidente que nuestras vidas las regulan las leyes tanto en nuestras actividades individuales como en nuestra relación con el entorno, nos informan a la velocidad que debemos de circular, cuando podemos quemar rastrojos, donde podemos fumar y todos los aspectos que los legisladores han considerado necesarios para establecer una convivencia.
Por ello insisto en el hecho de que si hemos de convivir en un espacio de respeto establecido por las normas que han diseñado nuestros representantes, en caso de que estas no nos parezcan bien, exijamos al parlamento y no les toquemos las narices a unas personas que solo intentan hacernos la vida algo más agradable.