Orgullo por lo mío

  • 15 agosto, 2015
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En ocasiones, menos quizá de las que me gustaría, encuentro motivos para sentirme orgulloso de mi ciudad. Probablemente, esos motivos se hayan dado con mayor frecuencia durante los últimos años, a pesar de que todavía tengamos mucho que mejorar y corregir. Pero, como digo, disfruto, cuando puedo, de los aciertos y proyectos basados en el buen criterio y en el sentido común.

 

Creo que, en líneas generales, si no todos, la mayoría de los habitantes de esta histórica población hemos vivido con agrado la intensa semana vivida a propósito del festival Leyendas del rock y los conciertos posteriores. Admito que no asistí a ningunos de esos eventos, no he sido nunca persona de masificaciones, pero eso no es óbice para que haya sentido como mío el festival en su conjunto; que me haya congratulado, incluso divertido, con el ambiente generado por toda la ciudad, especialmente en el primer fin de semana, el del Leyendas. Cuando ves que el nombre de tu ciudad aparece en el mapa, no queda menos que dejarse llevar y sentirse orgulloso, tal y como comentaba al principio.

 

Lo cierto es que, sea por iniciativa municipal o privada, raro es el fin de semana en el que no se celebra algún acontecimiento de mayor o menor envergadura; a veces, incluso se solapan. Hay carencias, demasiadas, y estamos muy lejos de dejarnos tentar por la autocomplacencia, pero hoy es de esos días en que prefiero ver el vaso medio lleno.

 

Y en ese alarde de positivismo, casi diría que de chauvinismo, tengo un motivo más para sentirme orgulloso; en este caso, por asuntos que nada tienen que ver con la música. La otra mañana pasé junto a la explanada que rodea a la ermita de San Bartolomé y debo decir que ha sufrido una transformación espectacular y para bien. A poco que los árboles crezcan y amparen al caminante con su sombra, se puede convertir en un lugar de referencia para reunirse con familia o amigos a disfrutar de una mañana de campo. Esta es, sin duda, una de las carencias de Villena, parajes naturales preparados para tal fin, algo irónico en una localidad que cuenta con un término municipal tan amplio.

 

Sin embargo, habrá que ver si el nuevo paraje consigue pasar con éxito la prueba de fuego que supondrá la romería; los precedentes no son muy halagüeños. En ediciones anteriores, la falta de civismo ha imperado y, tras el paso de la serpiente multicolor que acompaña a la Virgen, queda un rastro de suciedad inexplicable para una sociedad que presume de desarrollada; menos todavía cuando la organización dispone a lo largo del recorrido contenedores suficientes como para que no caigamos en la tentación de echar la culpa a otros de lo que solo es responsabilidad nuestra. Sería deseable que nuestro paso no fuera el de la destrucción; que una jornada festiva lo fuera en todos los sentidos. Sería deseable, pero ¿será posible?

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