¿Noticias prescindibles?

  • 11 noviembre, 2008
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¿Noticias prescindibles?

En un episodio de Lou Grant, aquella serie ochentera de periodistas, le llegaba al redactor jefe la posibilidad de publicar una noticia sin precedentes: el día anterior, no se ha había producido en Los Ángeles, ciudad en la que se ambientaba la serie, ningún hecho delictivo. Al instante, Ed Asier, actor que encarnaba al protagonista, descartaba hacerse eco de tal noticia, por muy curiosa que fuera, argumentando que sería como darles un tirón de orejas a los delincuentes. “¡Eh, espabilad que os estáis relajando!” venía a decir.

Era ficción, pero también era otra época. Hoy tampoco existiría duda de producirse idéntica situación, pero en este caso, la noticia sería publicada. Porque hoy todo es publicable. Todo aquello que lleve consigo carnaza, que ayude a aumentar la tirada o mejorar los índices de audiencia, incluso aunque no sea así pero el suceso, por luctuoso, venga cargado del morbo necesario, es digno de salir a la luz.

¿Con cuántas noticias prescindibles nos desayunamos cada día? Sólo hay que echar un vistazo al periódico de turno o dedicar media hora a informativos o programas de televisión para comprobar el tiempo que todos nos ahorraríamos. Durante las últimas riadas de Castellón, un bebé perdió la vida al ser arrastrado por el agua junto a su familia. Nada más conocerse la noticia, todos los medios dedicaron un amplio reportaje a la misma. Fuimos puestos al corriente de todos los detalles, nos mostraron las imágenes de la madre que, con los ojos bañados en lágrimas y la voz quebrada, trataba de explicar lo ocurrido. Incluso se permitieron el lujo de tergiversar sus palabras para darle un aspecto más literario a la tragedia en la que, la afligida madre, había jugado a ser Dios decidiendo a qué hijo debía salvar ante la imposibilidad de poderlos salvar a todos.

¿A quién beneficia que se haga pública esta noticia? A nadie. ¿Por qué entonces es necesario ir más allá de la fría crónica sobre las consecuencias del temporal en Castellón en las que, entre otras desgracias, se ha cobrado la vida de un niño? ¿Por qué tenemos que asistir un día sí y otro también a macabras disecciones de muertes derivadas de la violencia de género o de cualquier otra índole? ¿Qué objetivo tiene hacer un análisis minucioso de la tragedia más que el de alentar las enfermizas mentes ávidas de notoriedad?

La época en que más adolescentes se escaparon de casa coincidió con la emisión del programa “¿Quién sabe dónde?”, y más concretamente con el despiadado tratamiento del caso Alcácer. No es difícil encontrar una relación directa entre una cosa y la otra. Para desgracia suya y de sus familias, las niñas de aquel pueblo valenciano se hicieron famosas. Algunas chicas jóvenes, obviando el evidente peligro de su aventura, se tiraban a la calle en busca de sus cinco minutos de fama televisiva.

Probablemente si no hubiera tenido tanta repercusión mediática este caso, si se hubieran limitado los medios de comunicación a ofrecer una fría radiografía del suceso para después ofrecer su influencia únicamente desde un sentido práctico, en ayuda de las pesquisas policiales, más de una familia se habría ahorrado un tremendo susto. Sin duda, era innecesaria esa publicidad gratuita.

Como también es innecesaria la publicidad gratuita que todos los días se le hace a ETA. Raro es el día en que no aparece en las portadas de los periódicos alguna referencia a la banda armada. Se le concede una notoriedad que no merece y que para lo único que sirve es para alentarla a que continúe engordando sus macabros números. Como innecesaria fue la extensa y extenuante cobertura de las elecciones en Estados Unidos, como innecesario es hablar a diario de nuestros políticos, como innecesarios tantos otros temas que no ayudan más que a generar en nuestra sociedad un clima insalubre.  

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