Memorias de un puente
- 29 enero, 2018
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David García
Muchas veces a la hora de rastrear los vestigios de nuestro patrimonio somos víctimas de la apatía, la desazón o simplemente del desconocimiento. Conforme nos hacemos mayores perdemos la capacidad de imaginar o de entender las cosas más allá de la necesidad diaria. O, por decirlo llanamente: “Bastantes problemas tenemos ya con el día a día, para preocuparnos por algo perdido donde Cristo perdió la boina”.
Y es que ciertamente el Puente del Salero está más allá del cualquier ruta habitual que podamos conocer. No está cerca de ninguna carretera, es necesario un coche que se enfrente a numerosos baches y bajo sus pies solo el cañizo nos hace pensar que pudo haber agua.
¿Y por qué preocuparse pues? Sencillamente porque lo necesitamos. Igual que les contamos a los peques historias de magia en las noches de Reyes Magos, amenazamos con brujas en la oscuridad de la noche o invocamos a princesas y dragones cuando visitamos el castillo. Los adultos también necesitamos historias con las que imaginar, y el Puente del Salero no sólo es el testigo de un valle lleno de agua sino que lo es de mucho más…
Por ello permítanme que les cuente una historia sin necesidad de entes sobrenaturales, usando únicamente la imaginación y las cosas del pasado que por obvias nadie escribió.
Empezaremos quitando el tópico de que el puente es de cuando se hizo la acequia del Rey, ya que estaba antes de la desecación de la Laguna como lo muestran los mapas antiguos. Partiendo de que la primera premisa es falsa permitámonos colocarnos sobre el puente restaurado, llamado puente del Salero aunque la tradición y nuestros abuelos lo llamaron puente de los Cristales, algo que los mapas se han empeñado en contradecir.
Cerremos los ojos y antes de abrirlos establezcamos el siguiente paisaje:
- Si miramos hacia Sax veremos dos edificaciones correspondientes a dos saleros, más allá la Laguna de Villena con dos islotes y una extensión de 6,5km de largo por 2,5km de ancho, cruzada por un pequeño puente de madera justo donde estaría el camino viejo de la Virgen y cuyo final coincide con el desvío que se hace en la carretera de Pinoso para coger la inhóspita y solitaria estación del AVE.
- Miremos ahora hacia Caudete y veremos a unos 450 metros otro puente similar al que estamos, este sería el Puente de los Cristales según un mapa de 1948, llamado así por el brillo de la sal seca en la orilla, y que conecta este punto con la Cañada Real de Almansa, más allá una extensión de agua de unos 2,5 km de largo por 1,5 km de ancho, es la llamada “Lagunilla de Villena”, que se extiende hasta la carretera de Caudete. Fijando nuestra vista en el horizonte veríamos una torre de la desaparecida población de Bogarra y a los pies de una montaña, ahora peinada con molinos de viento, la población de Caudete.
- Justo bajo nuestros pies una franja de unos 30 metros de agua que comunican la Lagunilla y la Laguna.
Abramos ahora los ojos y seamos conscientes de que un río de unos 30 metros de ancho comunicaba la Laguna y la Lagunilla, y que no había un puente, sino dos, para sortear este obstáculo que nos hubiera obligado ir hasta Caudete o hasta la carretera de Pinoso para poder ir a Yecla. El puente del Salero al que la tradición llamaba, por error, “de los espejos” cuando en los mapas se llama “Puente Alto” o “del Salero”, posee una longitud de 75 metros, y el otro puente sería el llamado “de los Cristales” del que solo queda una pequeña tubería y una referencia en el mapa.
Teniendo esto en cuenta podemos empezar a imaginar a qué se enfrentaron aquellos que decidieron que ese sería un punto ideal para ahorrarse una buena caminata, si se quería comerciar con Yecla o visitar a algunos parientes.
Conociendo bien el entorno podemos empezar a viajar atrás en el tiempo. Si nos atrevemos a cerrar los ojos podremos ver a los ingenieros que, haciendo sus mediciones, afrontaron el desafío de desecar la Laguna de Villena y que, dada la naturaleza arcillosa de nuestro suelo, éste se convirtió en una difícil tarea ya que el agua que habría de venir de todas la montañas circundantes convertía en una labor de idiotas el tratar de desecar algo que siempre estuvo allí durante miles de años.
No sería difícil imaginar a estos hombres idear un sistema de exclusas para que la Lagunilla se vaciara y que además no rellenara de nuevo la Laguna. Estos ingenieros también fueron conscientes que, mientras el proceso durara, los puentes habrían de permanecer para mantener los antiguos caminos de paso, pues la lluvias mantendrían la canal siempre llena de agua, pero siempre es más fácil salvar el obstáculo de una canal que de una laguna. Aunque estos hombres nunca hubieran podido imaginar que el clima cambiaría y que habrían bombas de agua capaces de extraer el agua de los mismos acuíferos y de dejar secas las montañas de roca caliza encargadas de ser los depósitos de agua de la Laguna. Algo que convertiría hoy en día a esos puentes en un absurdo en medio de unos bancales de cultivo que se han ido comiendo cualquier rastro del agua que allí transitaba.
Y es que no es fácil ser consciente de lo que se pierde cuando no lo has podido ver con tus propios ojos. Para ello hay que ser capaz de recuperar la inocencia de los niños para dejarse engañar y usar una vez más la voz que nos permite ser observadores silenciosos de eventos más allá de lo que nuestros ojos y oídos son capaces de percibir.
Al igual que Virgilio guió a Dante por lugares más allá de lo que la mente humana podía concebir, permítanme guiarles en este viaje.
Siendo dos pastores que, siguiendo los caminos de sus abuelos, llevan al ganado a través de las cañadas reales y deciden hacer un alto sobre ese puente para observar lo que pasa por sus ojos.
Siendo conscientes de que existió una necesidad real de este paso que comunica el valle de Villena-Caudete con Yecla. Podemos preguntarnos quién tuvo la imperiosa necesidad de sortear esta pequeña franja de agua de 30 metros, no con uno sino con dos puentes. El comercio es un factor pero hay otro igual de importante, que es la guerra.
Hablemos primero de la guerra. Si estos pastores tuvieran que cruzar este puente en el medievo, habrían de tener cuidado de saber si las coronas de Castilla y Aragón estaban en paz. Pues durante siglos tres poblaciones que formaban parte del llamado Señorío y posteriormente Marquesado de Villena (hablamos de Yecla, Villena y Almansa, leales al Reino de Castilla) se prestaban ayuda y tropas, y en medio de este triángulo la población de Caudete enemiga de las tres por pertenecer al reino de Valencia. Una muestra de enemistad entre reinos y la guerra en este particular triangulo hacía necesaria la vigilancia constante de la frontera, y Caudete se encontraría al otro la lado de la Lagunilla.
Así que si estos pastores cuyo oficio es matar el tiempo con el ganado vieran que estos puentes estaban reforzados con soldados de Villena y Yecla, sabrían que los reinos están en guerra y que es muy probable que uno de los dos bandos les requisara el ganado que creyeran conveniente.
Vayamos ahora un poco más atrás, y si de comercio hablamos, LA PAX ROMANA es la más deseable para los comerciantes. En los tiempos de los emperadores se construyó un gran Imperio y al pensar como tal se vio en la necesidad de establecer caminos seguros e infraestructuras capaces de mantener una maquinaria romana de mega ciudades, infraestructuras y ejércitos que siempre tenían hambre.
Los romanos no veían naciones, sino tierras capaces de satisfacer el hambre de Roma. Cuando este Imperio llegaba a una población explotaba todos los recursos a su paso, algo que anteriormente ya habían hecho los cartagineses en el sur de la península, usando los caminos íberos.
Puedo imaginar a los romanos llegando a Villena y planeando cultivar olivos y grandes extensiones de trigo. Mirarían a la sierra de la Villa y la perforarían buscando hierro. Y llegando a nuestro puente verían dos pequeñas extensiones de agua salada, y enseguida pensarían en explotarlas montando un salero para conseguir la sal necesaria para salar alimentos para su transporte y poder engordar el ganado. Al ver esos treinta metros de rio no dudarían ni un instante en construir un puente, y nuestros pastores verían cómo el puente sería cruzado por los carros romanos que llevarían su productos a la costa rumbo a la capital del imperio.
Y es que curiosamente si nos subiéramos en ese puente en esa época y miráramos hacia Cañada veríamos el humo de dos fincas romanas y cruzándolas, la vía Augusta. Un camino antes llamado vía Hercúlea, que usaría Hannibal para marchar hacia Roma y siglos después las tropas de Julio Cesar para enfrentarse al hijo de Pompeyo.
Y si nos permitimos pensar como un ingeniero romano que establecía jornadas de 30 kilómetros, al final de las cuales, construían un hotel de cinco estrellas llamadas Mansio, con paradas cada diez kilómetros para que caballos y bueyes descansaran. Una Mansio llamada “Ad Turres” coincidiría con un punto entre la Laguna y la Lagunilla, un nombre que podría significar “cerca de las torres” o quizás “cerca de las fuentes”, ya que en la antigua lengua vasca “iturre” significa fuente. No podemos saber cuál de los significados sería el correcto pero sí que un ingeniero romano hubiera elegido un lugar cercano a esas fuentes como lugar de descanso para una larga jornada.
Por todo ello no se debe olvidar cuando nos coloquemos sobre el Puente del Salero o Puente Alto, que no es un puente sin sentido en medio de una pequeña acequia, sino que durante siglos respondió a la necesidad de salvar un obstáculo que unía con facilidad Villena y Yecla. Y que es la única muestra que nos queda de que el agua, en la Villena del pasado, era un desafío constante por su abundancia, y no un bien escaso como sucede hoy en día.
Así que no lo olviden si pueden visitar este puente, el pasado está para juzgar el presente y recordarnos que olvidándolo nos robarán el futuro.
David García. Foro Cultural El Salicornio