Maquillar una piedra

  • 28 abril, 2014
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La espera, ese tren que nunca termina de llegar, nos deja tiempo para fijarnos en detalles que, en circunstancias normales, pasarían desapercibidos. La mosca que estúpidamente se empeña en impactar su cuerpo una y otra vez contra el cristal de la ventana; la mancha que inconsciente pero orgullosamente luce aquel señor en la chaqueta; la mirada perdida de la anciana que, como nosotros, también espera ese tren que se antoja tan lejano.

 

Yo tengo una especial predilección por los carteles. Es algo que no puedo remediar. Mis ojos buscan, sin poder evitar la tentación, cualquier letrero impreso que, se encuentre a su alcance. Leo y releo las palabras que en ellos aparecen hasta saberlas de memoria. La mayoría de las veces, se trata de frases que, más allá de la información que aportan o del producto que anuncian, carecen del más mínimo interés.

 

Tanto da que se trate de una valla publicitaria que de un aviso aguardando turno en el centro de salud. Cuando la espera me desespera, mi mirada busca ineludiblemente un cartel en el que desesperarme todavía más. Sin embargo, de cuando en cuando, uno se topa con cosas curiosas. Precisamente eso es lo que me ocurrió la otra tarde esperando algo o a alguien que ahora mismo ni siquiera recuerdo.

 

El cartel en cuestión nos informaba puntualmente de nuestra obligación de pagar el impuesto de vehículos. Junto a la entrañable imagen de una bicicleta, se podía leer la pregunta ¿Te acuerdas? No sé si me llamó más la atención el familiar tuteo o el modo con el que subliminalmente se intentaba hacernos partícipes de nuestra obligación tributaria pero con el afecto de quien se siente, a un tiempo, padre autoritario y colega.

 

Es la nuestra, una sociedad demasiado acostumbrada al maquillaje. ¿Para qué mostrarnos la realidad tal y como es si se puede disfrazar con bonitos fuegos de artificio? ¿Para qué informarnos sin ambages de nuestra obligación de pagar impuestos si, además, nos la pueden mostrar como un gesto responsable y solidario que nos colmará de felicidad?

 

Fieles a su filosofía del eufemismo, los organismos públicos se afanan en intentar colárnosla con sus palabras bonitas y su falsa complicidad.  Porque al final, una piedra es una piedra, por mucho que se envuelva en papel de regalo y  se líe con un lazo dorado. Y los impuestos, hay que pagarlos, sí, pero porque no nos queda otro remedio. Con la que está cayendo y con el espectáculo que nos ofrecen los de arriba día sí y día también, nadie paga a gusto. Y mucho menos, siente placer por ello.

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