Lucía Hernández y María Agredas ganan el concurso de relatos “Ermita de San José”
- 17 marzo, 2020
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Trabajos ganadores en el VII Concurso de Relatos y cuentos “Ermita de San José” 2020, en la categoría de 5º y 6º de Primaria:
• LA HISTORIA DE SAN MIGUEL de María Agredas Briones, 5º de primaria del Colegio La Celada y
• MISTERIO EN EL MEDIEVO de Lucía Hernández Mora, 6º de primaria del Colegio Ruperto Chapí.
La Asociación Ermita de San José agradece la colaboración de los colegios de Villena y a los 175 participantes que han presentado sus relatos y cuentos al concurso. Así mismo agradece la labor del jurado formado por Paqui Gandía, Francisco Rodenas, Fernando Sánchez y Pedro Villar.
Los premios se entregarán en acto público cuando las actuales circunstancias sanitarias sean favorables.
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María Agredas Briones
5º CEIP La Celada
Ganadora del VII CONCURSO DE RELATOS Y CUENTOS “Ermita de San José” en la categoría de 5º de Primaria
LA HISTORIA DE SAN MIGUEL
Nunca pensé que me iban a dar la oportunidad de contar mi historia. Y es que este año cumplo dieciocho años desde que me pusieron bonita y creo que ha llegado el momento de que sepáis toda la verdad sobre mí.
¡Qué bonita me dejaron! Ese día tocaba y tocaba sin cesar con una inmensa sonrisa. Me gusta estar en lo alto de la Ermita de San José y disfrutar de las vistas.
Desde aquí arriba puedo ver demasiadas cosas, unas bonitas y otras no tanto. Gente pasear, pajaritos volando, el Castillo de la Atalaya vigilándome y, lo que más me gusta de todo, es cuando mi melodía se escucha en todo el barrio de El Rabal. Eso sí, lo que menos me gusta, es cuando me mojo porque me quedo helada enseguida.
Aunque en realidad no tengo solo dieciocho años, sino doscientos treinta y dos. Esa es mi edad original, aunque casi no me acuerdo. De la historia que sí me acuerdo es de la del grupo de hombres y mujeres que hicieron todo lo posible para que fuera restaurada. ¡Hasta incluso cambiaron mi yugo de madera!
Soy pequeñita en comparación a otras primas mías de la zona, yo solo peso 23 kilos, pero no por eso me quedo atrás y, siempre que podemos, quedamos todas para ponernos de acuerdo y tocar al mismo tiempo.
Yo estoy hecha en bronce y tan solo mido veintiocho centímetros, pero eso no me impide poder disfrutar de las fiestas de mi barrio como mis primas. Porque si hay algo que me gusta muchísimo es cuando el barrio se viste de mi época, los vecinos y las vecinas se ponen ropas medievales y ellos mismos son los que engalanan y adornan las calles.
¿Y ese olor a tortitas que me llega hasta aquí arriba? ¡Puf! no puedo evitar imaginarme lo ricas que pueden llegar a estar, porque veo cómo hace cola la gente para comprarlas y, además, eso nos ayuda a que, por si me vuelvo a poner fea y arrugada, me puedan restaurar.
Bueno, aunque ya imagino que sabrás quién soy, te voy a dar una última pista, y es que mi casa se construyó en 1605 como pone nada más entrar a ella y, ya desde que me pusieron aquí arriba, he podido disfrutar de algo tan bonito y tradicional para el barrio como lo son sus fiestas, sus gigantes y cabezudos y la noche en la que todo arde con los correfuegos.
Si, soy la campana de San Miguel y mi historia es pequeña y bonita como lo soy yo. Porque no hay nada más característico que escucharme cada vez que las puertas de la Ermita de San José se abren para acoger a todos los visitantes.
Solo una última cosa, me gustaría que mi historia no se olvidara, las campanas pequeñas también tenemos derecho a ser escuchadas y entendidas porque somos parte de la historia de esta ciudad que es mi Villena natal.
Lucía Hernández Mora
Colegio Ruperto Chapí, 6º
Ganadora del VII CONCURSO DE RELATOS Y CUENTOS “Ermita de San José” en la categoría de 6º de Primaria
MISTERIO EN EL MEDIEVO
Me llamo Lucía y tengo 11 años y mi hermano se llama Alberto y tiene 8. Vivimos en Madrid, pero mi madre es de un pueblo de Alicante que se llama Villena. El fin de semana pasado, mi madre nos llevó, a mí y a mi hermano Alberto, a casa de mi tía Marta en Villena porque nos había invitado a las Fiestas del Medievo.
Llegamos por la mañana a su casa, era una casa grande y antigua que había pertenecido desde siempre a mi familia. La casa estaba situada en el casco antiguo de Villena por donde se celebraba las Fiesta del Medievo. Las calles estaban decoradas y vimos a un montón de gente vestida con trajes medievales, todo era increíble. Desgraciadamente mi hermano y yo oímos a mi tía comentar a mi madre que tenía que vender la casa por falta de dinero, lo cual nos puso muy tristes.
Mi tía Marta nos enseñó toda la casa incluido un desván lleno de cosas antiguas y chulísimas, las cuales habían pertenecido en su mayoría a mi bisabuelo que vivió en esa misma casa.
Marta nos dejó quedarnos un rato en el desván jugando. Al cabo de un rato yo descubrí un mapa muy antiguo de la ciudad de Villena, en él había algunos sitios marcados y por detrás había cosas escritas. Empecé a leerlas y me di cuenta de que el mapa había sido realizado por mi bisabuelo. En el se podía leer: “Tengo un tesoro de incalculable valor, por miedo a que me lo quiten lo he escondido en un lugar de la ciudad de Villena, con la esperanza de que mis sucesores lo encuentren algún día. A continuación, os dejo una serie de instrucciones que debéis seguir si queréis encontrar el tesoro.”
Mi hermano y yo estábamos emocionados, bajamos corriendo las escaleras, nos pusimos los trajes medievales que nuestra tía nos había preparado y salimos corriendo a la calle con el mapa en la mano para seguir las pistas.
La primera pista nos decía: “Id a la Ermita de San Antón y allí, en su fachada, unos dígitos encontraréis; el último dígito apuntaréis y con las pistas seguiréis”.
Mirando el mapa conseguimos llegar a la Ermita de San Antón, en su fachada encontramos una fecha, 1721, apuntamos el número uno y continuamos con las pistas.
La siguiente instrucción de nuestro bisabuelo consistía en ir a la Iglesia de Santiago e indicaba: “si miráis con atención una rana encontraréis, en una esquina de la fachada la veréis y los sillares que llevan hasta ella contaréis”. Encontrar la rana no fue tarea fácil, tras llegar a la iglesia, necesitamos veinte o treinta minutos para encontrarla y contando desde abajo habían 12 sillares hasta ella, ¡ya teníamos la segunda pista!
Ahora tocaba ir hasta la Iglesia de Santa María y yo y mi hermano recorrimos las calles abarrotadas de gente. Nuestro bisabuelo nos indicaba que buscáramos el reloj de Sol de la fachada y nos decía: “el camino inclinado del Sol seguiréis y un número encontraréis”. Vimos que, del Sol dibujado en la fachada, salía una línea inclinada que llevaba al número cuatro, habíamos encontrado la tercera pista. Solamente nos faltaba la cuarta y mi hermano y yo estábamos entusiasmados.
A la Ermita de San José nos dirigimos entonces. El barrio del Rabal era muy bonito, lleno de puestos y de música en las calles. Conforme nos acercamos a la ermita nos entró mucha hambre y al lado vimos que se estaban preparando unas tortas riquísimas y no pudimos resistirnos a comprarnos unas.
Tras terminar de comernos las deliciosas tortas leímos la siguiente pista: “Sobre la puerta de la ermita unos óvalos tallados en piedra encontraréis y su número anotaréis”. Vimos que encima de la puerta de la ermita había una especie de óvalos separados por un rectángulo. A cada lado del rectángulo había cuatro óvalos, por lo que anotamos un total de ocho.
Habíamos recopilado todas las pistas y los números que habíamos encontrados eran los siguientes: 1-12-4-8, ¿Para qué servirían esos números? Alberto y yo estábamos muy intrigados, así que de nuevo leímos las instrucciones del mapa. Nuestro bisabuelo nos dirigía, por último, al castillo de Villena. Subimos las cuestas que nos llevaron hasta él y nos pusimos delante de su puerta. Siguiendo las instrucciones nos pusimos en el muro de la derecha de la puerta y contamos desde abajo un sillar hacia arriba, doce hacia la derecha, cuatro más hacia arriba y por último ocho hacia la izquierda. Mi hermano, con cuidado de que no le viera nadie, escaló hasta ese sillar y vio que estaba marcado con una X. La masa que unía los sillares estaba un poco suelta por un lado y excavó un poco. En ese momento le oí decir: ¡Lucía, lo he encontrado! ¡Es una moneda de oro!
Al bajar observamos la moneda detenidamente y se trataba de un doblón de oro de los Reyes Católicos que debía tener muchísimo valor. Estábamos muy contentemos y pensamos que con ese dinero la tía Marta no tendría que vender la casa familiar; ¡La habíamos salvado gracias a nuestro bisabuelo!