Las abarcas vacías

  • 19 diciembre, 2012
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Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas

 

 

Traigo de nuevo a estas líneas  la voz de Miguel Hernández por medio de los desoladores versos de su poema Las desiertas abarcas, síntesis, en estado puro, de la incomprensión infantil. Es su alma de niño cabrero, la misma que habitó una vez su corazón, la que, en un sentimiento a medio camino entre la pena y la rabia apenas contenida, nos habla de lo raramente que casan conceptos como infancia e injusticia.

 

El poeta evoca aquellos días en que, la ilusión temprana, le empujaba a colocar sus abarcas sobre el alféizar de la ventana con la esperanza de que, llegado el alba, todos sus deseos infantiles se hubieran visto colmados. La esperanza, era en vano. La ilusión, un amargo despertar con el alma hecha añicos. Porque “al andar la alborada/ removiendo las huertas/ mis abarcas sin nada, / mis abarcas desiertas.

 

¿Cómo puede un niño entender que, esos Reyes Magos, tan generosos con las familias acomodadas, olvidaran por completo los hogares humildes? ¿Cómo encajar el puzle navideño cuando las piezas eran tan disonantes? ¿No se referían todas las historias a la infinita bondad de esas majestades que, habían llegado desde Oriente para llevar presentes a un niño cuya familia no tenía siquiera un techo que habitar?  ¿Por qué él era peor? ¿Por qué distinto? ¿Acaso no había sido todo lo bueno que puede ser alguien a esa edad?

 

Por desgracia, los tiempos que nos ha tocado vivir, obligarán a que, en muchos hogares, se hagan verdaderos esfuerzos para que las abarcas no amanezcan desiertas;  para que la ilusión de los hijos, siga brillando en su interior, iluminando sus corazones infantiles que no entienden de crisis, desahucios, ni de primas de riesgo.

 

Y no habrá que buscar a los Reyes Magos entre esa caterva de políticos de baja estopa, ni en ese nido de serpientes con traje y corbata cuyo único interés es el bancario, ni tampoco  en el triste y grisáceo horizonte en el que solo se dibujan fantasías nacionalistas, sindicalismos desvirtuados, filosofías muertas y leyes de toda índole que se deshinchan al poco de ser aprobadas. Porque, sin duda, los Reyes, serán una vez más los mismos que siempre han velado el sueño de sus hijos. Solo ellos obrarán el milagro de que las abarcas, aunque sea modestamente, tengan un feliz despertar.

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