Lágrimas
- 12 marzo, 2022
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Cuatro y media de la tarde. Día 5. No de septiembre, sino de marzo. El lugar, la calle General Bellod. El motivo, homenajear al compositor Quintín Esquembre, ese músico virtuoso de la guitarra y del violonchelo que en Villena es conocido especialmente por La entrada, pasodoble distintivo del desfile a que da nombre. Una placa en su casa natal y los primeros acordes de su famosa composición sirven de prolegómeno a una tarde de sentimientos encontrados.
Luego los miembros de la Banda Municipal, inmersa esta en su centenaria celebración, se dirigen a las inmediaciones de la calle San Isidro con Coronel Selva para dar inicio a un desfile, quizás necesario, pero también extraño. A instrucciones del director, los músicos y músicas de la municipal, dispuestos y en formación, arrancan y, para decepción de algunos, no lo hacen con La entrada, posiblemente porque no proceda, porque ese pasodoble pertenece a un lugar y a una tarde distintas. En vez de este, suena La comisión de Carrascosa. Otra gran pieza que cumple a la perfección.
Llegan entonces las lágrimas. Se humedecen las mejillas. Se arruga el alma. Se encoge el corazón. Se eriza la piel. Y todas esas sensaciones se manifiestan, no solo movidas por el sentimiento festero. Hay algo más. Porque ese desfile, necesario y extraño como ha quedado dicho, esa música tal vez extemporánea, nos devuelve un trocito de la normalidad que nos fue arrebatada dos años atrás.
Cuesta ver los trajes festeros por la calle cuando todavía el invierno se agarra al calendario, cuando el cielo se mueve entre tonos blanquecinos y grises, cuando la temperatura juega a desplomarse y las nubes amenazan lluvia. Nada de eso importa. El desfile arranca y, tras la banda, los primeros festeros desfilan olvidando fechas y calendarios, convencidos de que es septiembre y es día 5, de que hay que darlo todo tras tantos meses de rabia contenida, de emoción contenida, de vidas contenidas.
Pero no solo ellos se dejan llevar por ese baile de sentimientos contradictorios. También el público que asiste y se concentra en la calle participa y disfruta de la oportunidad dada. Desde aquel instante en que nuestras existencias cambiaron, cualquier batalla ganada, por pequeña que sea, es un paso enorme que nos lleva de vuelta al lugar que nos corresponde.
El desfile sigue su curso y finaliza casi con discreción. El tiempo, cuya previsión no era nada halagüeña, prefiere contenerse también. Ya habrá otro momento, debe pensar, ya tendré ocasión de descargar mi lluvia otro día. Y Villena se lo agradece.
Cuando los últimos ecos de la música se desvanecen, solo queda una noche fría y algunos festeros que se resisten a quitarse el traje. Hay quien dilata el final. Después de todo, es día 5, aunque sea de marzo. Y cada uno es libre de tomarse las cosas como mejor le plazca. Supongo que todo es cuestión de fe, de esperanza, de deseo incluso.