La fuerza de la palabra
- 20 abril, 2010
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La palabra es uno de los grandes tesoros con que cuenta la humanidad. A través de ella, gracias a ella, ha sido capaz de comunicarse con sus semejantes, llegar a puntos de encuentro a pesar de partir de posturas diametralmente opuestas y abiertamente enfrentadas.
Todo sentimiento interior ha encontrado en la palabra su forma de expresión y manifestación, en ella ha descubierto un lugar por el que escapar para, abandonando su mundo de inestable incorporeidad, hacerse visible, tangible, real.
También las artes se han enriquecido del valioso don de la palabra, dejando para la eternidad sublimes obras literarias, encendidos versos, frases lapidarias, escenas teatrales de escalofriante emoción, historias de amor, o de miedo, o de esperanza…
Hablar de la palabra es hablar de pasión, de valor, de belleza, pero también de poder, el que se puede ejercer si es esgrimida con habilidad y acierto. De hecho y, en determinadas circunstancias, la fuerza de la palabra puede superar, y con creces, a la de cualquier arma, a la de cualquier ejército. Nada mejor que un proverbio chino para apostillar esta afirmación: “a veces se puede aplastar a una persona con el peso de la lengua”.
Debería ser la palabra la que librara las batallas, pero por desgracia no lo hace. La humanidad prefiere callar antes que dialogar; y cuando rompe ese silencio, lo hace con el ruido de las bombas, con el dolor de los heridos, con el llanto de los inocentes, con el insoportable sonido que mana de su propia idiotez, de su ignorancia, de su miseria.
En esta locura que ensombrece el espíritu de la humanidad, ha contribuido sin duda el silencio de quien no quiere comunicarse, de quien prefiere levantar la mano antes que tenderla, de quien se siente más cómodo armándose ante el rival que desarmándole con hechos y argumentos. Sí, el silencio contribuye decisivamente en que las diferencias se tornen en violenta confrontación, pero también la palabra, el poder de la palabra, si, como ocurre en muchas otras facetas de la vida, cae en las manos equivocadas, puede ayudar a convertir la vida en un camino de espinas.
Privada de su pureza y en poder de personas inadecuadas o sin escrúpulos, la palabra pierde su sentido, se malogra, se prostituye en suma. De continuo nos tropezamos con ejemplos que ilustran a la perfección el modo en como la humanidad ha terminado por caminar con el paso cambiado: calla cuando debería hablar y habla cuando debería callar.
Difícil resulta la comunicación cuando no se dialoga con personas sino con ideas, imposible cuando se pretende hacer con aquellos que solo buscan aprovecharse de la palabra para luego abandonarla a su suerte. La palabra es mitad de quien habla y mitad de quien escucha, afirmaba Montaigne. Cuando aquel únicamente busca un uso fraudulento de la misma y este no está dispuesto a aceptarla más que bajo sus condiciones, ese valioso tesoro que nos fue dado se devalúa y nos devuelve a la espesura de un bosque de siniestras sombras del que, quizá, nunca debimos salir.