Infancia infinita
- 14 agosto, 2020
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Si un periodista de Portada Villena nos parara por la calle, y nos asaltara con una pregunta, dirigida a plena amígdala, así sin estiramientos sentimentales ni calentamientos cerebrales previos, sobre ¿cuál ha sido el periodo más feliz de nuestra vida hasta el momento?, calculo que 8 de cada 10 responderíamos que la infancia (1 entrevistado de cada 9 sería un niño que todavía disfrutaría de su propia infancia; y el otro entrevistado habría tenido alguna experiencia personal traumática que la hubiera marcado de por vida).
El síndrome de Peter Pan es uno de los complejos más extendidos que hay en nuestro planeta. Podemos encontrar Pedros Pan en España, Pierre Pan franceses, Petros Pan griegos, Pétur Pan islandeses, Pakka Pan samis…porque todos soñamos despiertos con nuestra anhelada infancia perdida pero resulta contradictorio ya que no somos conscientes, precisamente cuando estamos inmersos en este periodo infantil, que éste sería nuestro segmento vital más feliz y añorado desde la retrospectiva de nuestra actual edad adulta. La máxima se cumple, en la mayoría de los casos:“cuando éramos niños queríamos ser adultos y ahora que lo somos.. .desearíamos volver a ser niños”.
Siempre he considerado que la propia niñez tiene dos partes bien diferenciadas. La primera parte de la película se caracteriza por nuestra sensación de inmortalidad ficticia mientras que la segunda parte (nunca segundas partes fueron buenas) se define por la asunción de la muerte como final inevitable de todos y cada uno de nosotros.
Personalmente, recuerdo perfectamente la transición de esparadrapo (la llamo así porque fue como quitar un esparadrapo, es decir: sin preámbulos, ni transiciones ni paliativos…así de forma rápida, contundente y dolorosa) entre estas dos partes de mi infancia. Estaba yo en mi sala de juegos (mi hermano y yo le llamábamos “la moqueta” porque estaba forrada de una moqueta color verde césped seco de campo de fútbol de los años 80) y mi madre entró y me vio observando una foto de una margarita que estaba colgada en un tablón de corcho. Yo le dije: “Mama (así la llamo sin tilde), la flor se morirá algún día pero yo no ¿verdad?”. Mi madre tragó saliva, mantuvo relajada su expresión facial, se aclaró un poco la garganta y con un tono neutro contestó: “Carlos, todos los seres vivos mueren algún día pero los otros días no“.
Siempre hay altas dosis de animismo, artificialismo y finalismo infantil por lo que seguro que mi madre no parafraseó, a drede, a Charles M. Schulz, ni trató de poner voz al célebre Charlie Brown y su inseparable Snoopy pero para mí supuso un antes y un después en mi percepción vital: podía morir pero…seguro que de viejito porque iba a tratar, por todos los medios, que la muerte fuera como el cartel que veía en la panadería todos los días “Hoy no se fía, mañana sí”. Así que “carpe diem” pero sin perder la cabeza como los personajes de la peli “Los inmortales”.
Otro síndrome curioso de nuestra infancia, es el de Diógenes. ¿Pensáis que me he equivocado al pulsar las teclas de mi ordenador? No, es correcto atribuir este síndrome a nuestro comportamiento. Coleccionabamos de todo: chapas, canicas, pegatinas, hojas de olor, pins, monedas…eso sería lo habitual pero hay colecciones más “underground” como palitos, piedras, bichos…incluso colecciones “de autor” como envoltorios, chicles, mocos…En definitiva, todo un variopinto museo de los horrores que podría llenar hangares enteros en el Area 51 de Nevada. Pero era nuestro tesoro y si, en el futuro adulto, se diera el momento mágico de redescubrirlo, ya sea dentro de una caja de zapatos Mike, Rodook o Adidhas (imitaciones genuinas de las marcas de los años 90) , envuelto en un trapo deshilachado de esos amarillos con franjas rojas entrecortadas , o en una bolsa del Pryca abandonada en un desván que se desempolva durante una mudanza…a buen seguro que nos saltarán las lágrimas, se nos encogerá el estómago o se nos alterará el ritmo cardiaco de forma incontrolada.
Y así, tras página y media, hemos llegado al epicentro de la infancia: el verano. Los periodos de vacaciones estivales son como microuniversos, momentos mágicos donde el tiempo se detiene, donde pensamos que aquello que nos ocurre es único e irrepetible, donde nuestros sentidos están a “flor de piel” y son permeables a todo tipo de experiencias, emociones y vivencias.
Todos hemos tenido un verano donde se condensaron la “primera vez” de muchas experiencias vitales (algunas nos marcarían para bien y otros…para no tan bien) pero ese transitar del niño al no tan niño siempre supone un periodo extraordinario en nuestro devenir. Somos seres sociales, inquietos, curiosos e investigativos por naturaleza pero en el periodo infantil todas estas características se multiplican exponencialmente y nuestra sepsis neuronal se dispara hasta el infinito y más allá.
El tercero de los síndromes (no hay dos sin tres) sería el síndrome adámico (por el Adán bíblico). Se caracteriza por culpar siempre a los demás, siempre al otro, siempre victimizar y buscar un “cabeza de turco” que cargue con nuestros propios errores no reconocidos.
Ejemplos prácticos:
- Yo apruebo pero cuando no lo hago, me suspende el maestro/a.
- Me he quedado en blanco en el exámen (pese a que estudié unos 1800 segundos que viene a ser media hora y de mala manera viendo la TV de soslayo) y además había preguntas que el maestro/a no había explicado (omito añadir que pasé otros 1800 segundos mirando a las arañas, de esas de polvo, porque musarañas no he visto muchas en los coles la verdad)
- Parafraseo a ese gran filósofo de nuestro tiempo, Bart Simpson, y cuando mis padres descubren “el pastel”( al haber roto esa figurita de porcelana china que nos obsequiaron el la boda, bautizo o comunión de ese primo lejano que creo que se llama Javier pero realmente se llama Francisco) pronunció esa frase comodín “estaba así cuando llegué”.
- Y un último ejemplo, como bonus extra, sería cuando culpo, de no cumplir con mi tarea diaria, a esa raza de perro coetánea de los rottweiler,Pittbull y demás canes peligrosos: el terrible perro devora deberes. Creo que es un animal un tanto Frankenstein con mandíbulas de tiburón blanco, patas de guepardo y cuerpo de rinoceronte. La de deberes o proyectos pero también trabajos de fin de carrera o tesis doctorales (en este caso sería el ordenador marca “Alzheimer” que se “olvida” de todas las copias existentes y se auto formatea, sorprendentemente, el día anterior de la fecha de entrega del mencionado trabajo).
A ese niño del mundo escolar y a ese adulto del mundo laboral le separan más de 25 años pero pese a que la forma ha cambiado el contenido es el mismo. De algún modo, Peter Pan todavía sobrevive en nuestro interior pero si has olvidado ese espíritu peterpanesco recuerda: “Segunda estrella a la derecha y todo recto al amanecer.” Además, durante estas noches de agosto debe ser más fácil, llegar al país de nunca jamás, gracias a la lluvia de estrellas de “Las Perseidas”.