Hoy 7 de junio
- 13 junio, 2021
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Desde hace bastantes años, Junio ha tenido un sabor agridulce. El inicio del verano, el calor, las ganas de salir a la calle, los días más largos, la vida que parece que se estira. La otra cara, el inicio de los exámenes, la selectividad entonces, luego los terribles y temibles parciales de junio que a veces se estiraban hasta principios de julio.
Los finales de septiembre siempre me dieron menos grima. Pero…¡ay junio! Y en mi caso, en mi larga carrera de Derecho, hubo muchos junios.
Y lo curioso es que, pese a que han pasado muchos años desde aquellos “junios”, aquellas sensaciones vuelven. Sueño a menudo que me falta una asignatura para acabar la carrera o que me llaman de la facultad para convocarme a un examen que se les había pasado, sueño que en realidad no tengo el dichoso título que me habilita para el ejercicio profesional. Digno de estudio, sí, pero me consuela saber que no soy el único al que le pasan esas cosas. No sé si sólo nos pasa a los grillaos de Derecho, pero pasar, pasa.
Yo no fui de los alumnos de “curso por año”. Lo alargué un poco más de la cuenta, y no por mal estudiante ni por dejado, ni por pasar los años de universidad de fiesta en fiesta. Todo lo contrario. Llegó un momento en que la cabeza hizo clic, hasta aquí, y empezó a llenarse de ruidos que me impedían avanzar. Ruidos en forma de preocupaciones, nervios, miedos. Quizá por ello no guardo un buen recuerdo de la etapa universitaria. Y sin embargo, sí guardo grato recuerdo de la gente que se cruzó en mi camino. Y fue mucha, teniendo en cuenta que mientras mis amigos se licenciaban, yo seguía conociendo gente de otras quintas. Cambié de turno, mañana o tarde, en repetidas ocasiones e incluso me decidí a terminar la carrera en otra facultad, saturado y cansado de no dar ni una.
Hoy es junio, 7 de junio, y es un mal día. No hay sabor agridulce sino incredulidad y rabia. Se me va un compañero de carrera, de profesión, el muchachote de voz ronca con el que me crucé en la facultad alguna que otra vez sin mediar palabra, pero en el que resultaba imposible no fijarse. Cuando aún quedaba algo del mito de que los estudiantes de Derecho eran todos unos pijos, él se paseaba con melena y pantalón estrecho por la facultad. Después fue la “objeción de conciencia” la que nos puso otra vez en el mismo camino. En el Santa Teresa, el cole del Barrio San Francisco. Luego otra vez, distancia, y un nuevo reencuentro en el ejercicio profesional. Hemos hablado de todo, de política, de familia, de honorarios, de usos y costumbres en los tribunales de la zona. Voy a echar de menos tus llamadas, sentencias siempre inteligentes precedidas de un “Hola maestro”. Joder, que golpe. Eres muy joven para dejar este mundo. No hace mucho que nos vimos, no hace tanto que nos hablamos. Yo forofo de tus estados de whatsapp, selectos y escasos. No llego a imaginarme siquiera el dolor de tu familia, de tus compañeros más cercanos. No quería escribir sobre tu muerte, no era mi plan. Tenía un artículo de opinión sobre algo que ahora me parece absurdo. Otra vez cambio en el último momento porque tu adiós me pilla de sorpresa y necesito ponerle tu nombre a esto, que ni siquiera es un buen epitafio. Yo, el maestro de nada. Tú, un amigo.
Hasta siempre, Antonio.