Finlandia, no es el paraíso
- 7 agosto, 2020
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Parece que fue ayer ya han pasado casi 20 años del primer informe PISA (20 años no es nada pero febril la mirada en educación). Entre los candidatos al podio de mejor sistema educativo, destacaba uno por encima del resto, Finlandia. En aquel momento nadie hubiera dado un duro (puedo hablar en términos de pesetas y duros porque, por aquel entonces, el euro todavía no había entrado en circulación) por los compatriotas de nuestro querido Papá Noel.
De hecho, salió vencedor en matemáticas, lectura y ciencias. Vamos que, extrapolado a las olimpiadas, ganó el oro en los 100 metros lisos, en los relevos 4×100 y en la maratón. A partir de ese momento los fans (profesores), groupies (sociólogos), y aduladores (periodistas) se agolparon para verbalizar, publicar y enfatizar las bonanzas de un sistema educativo sin parangón.
¿Su receta milagrosa?: abolición de exámenes; desaparición de deberes; formación minuciosa, a la par de exigente, del profesorado; amplia autonomía de los centros educativos. Simplemente era el modelo a imitar pero ”la marmita de Panoramix” no es eterna y tras casi una década, en el “Everest educativo”, solo se puede caer por debajo de los 8848 puntos en el informe PISA (perdón, ese dato son los metros que mide la mayor montaña del planeta).
Hagamos un poco de historia para saber de dónde viene Finlandia y poder así entender hacia dónde se dirige.
Paradójicamente, el ascenso del sistema educativo finés empezó mucho antes de que sus novedosas políticas educativas entrasen en vigor. Vamos que la “sopa de la abuela” estaba más sabrosa, en el puchero de toda la vida, que cuando la empaquetaron en tetra brick, la etiquetaron y la comercializaron.
Es un hecho que la Finlandia más tradicional siempre ha dado una importancia capital a la figura del profesor, tanto en la escuela como en la sociedad en general. Aunque no lo parezca es una nación bastante joven pues se fundó en 1917 (mientras que España en 1812 si marcamos como referencia la “Pepa” gaditana) y ya en los años 20 (no sé si en Finlandia serían felices pero fríos fijo que sí) la formación del profesorado era de gran calidad y resulta curioso que su centro de formación, del profesorado, fueran los seminarios y no la universidad como podríamos pensar todos. Pero reducir “la sopa de la abuela” a unas patatas ecológicas, con el almidón equilibrado y punto exacto de maduración sería simplificar mucho la cuestión que nos atañe.
Siguiendo con nuestro “menú degustación educativo”, hagamos un salto en el tiempo y, vayamos a los años 50 para encontrar el “segundo plato”. Finlandia era un país todavía pobre a mitad del siglo XX (sobretodo si lo comparamos con sus vecinos de bandera de cruz escandinava) pero en los siguientes 30 años se produjo un boom económico espectacular que produjo, colateralmente, que los padres del alumnado invirtieran en su propia formación, en elevar su cultura general o en su conocimiento de idiomas. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que invirtieron en su presente (ellos mismos) para poder recoger las semillas (sus hijos) en el futuro. Pero el quid de la cuestión fue “criogenizar” ese sistema educativo tradicional ,basado en elevado número de años de escolarización obligatoria, y estandarizado a todo el territorio finlandés de modo homogéneo.
Si seguimos avanzando, ya llegamos a los “postres educativos”, y nos lleva a los años 90 y a unos padres/madres, de los primeros alumnos/as sometidos a la primera criba PISA, que habían disfrutado de una formación, cuantitativa y cualitativamente, de gran calidad.
La velada llega a su fin y los cafés nos llevan al año 2015 donde se comprueba que el descenso de notas, a todos los niveles, es el mayor de entre sus “hermanos nórdicos” porque pese a que tratemos de evitarlo, las comparaciones entre hermanos son un hábito constante (aunque ya se sabe que son odiosas)
Las conclusiones, que podemos extraer, de este descenso sin freno son variadas y de distinta índole. Por una parte, bien entrados en el siglo XXI, Finlandia ya es un país rico que repudia la tradición y aboga por una innovación, renovación y cambio radical de su sistema educativo. Puede sonar contradictorio pero cuanto más ímpetu se pone en cortar las ramas del árbol genealógico de la tradición, más descienden las notas a todos los niveles. El jarabe de la “ausencia de deberes” y la pastilla de “pocas horas de clase” resultaron ser meros placebos pedagógicos. No digo que lleguemos al límite de concluir que los alumnos/as finlandeses puntuaron alto en el PISA a pesar de no tener deberes y a pese a acudir pocas horas a clase pero…tampoco es descabellado aventurar una hipótesis en esta línea.
La culpa de todo (no fue de la cha cha) podríamos encontrarla en la primera década de este siglo cuando las horas lectivas, destinadas a la lectura, descendieron drásticamente y el castillo de naipes se tambaleó.
Copiar es peligroso (sobretodo si te pillan) y un mismo sistema educativo puede producir resultados diferentes (positivos o negativos) a causa del contexto cultural. Antes de intentar mejorar nuestro propio sistema educativo, nos vendría bien “hacer los deberes” y analizar otros países, para tratar de averiguar, a través de investigaciones, qué podemos aprender de ellos.
Pues bien, el requetequid de la cuestión sería el siguiente: si hay regiones concretas de España que están puntuando en PISA por encima de Finlandia…¿no deberíamos estudiar la metodología educativa de estas regiones en particular puesto que el contexto, en el cual se desarrollan, siempre será más parecido al de otras regiones patrias que la contextualización finesa? ¿O acaso creemos que hay más semejanzas entre Helsinki y Benidorm que entre San Sebastián y Benidorm (me refiero a la parte de Benidorm española no la inglesa que luego vienen las confusiones)? Está claro que hay variables que no podemos encorsetar en una “ecuación del todo” pero, de nada sirve viajar a Finlandia con un programa COMENIUS si ni siquiera sabemos cuales son las “actuaciones de éxito” que se están poniendo en práctica en otra comunidad autónoma, en la misma provincia, en la comarca, en la ciudad e incluso…en el cole de al lado.
Considero que en educación nos iría mejor si utilizáramos la acepción de la palabra moda como un término matemático antes que por su significado como “modelo educativo pasajero y fugaz que no se ha consolidado el tiempo suficiente para poder extraer conclusiones sólidas acerca de sus bonanzas pedagógicas”. Pese a todo lo expuesto, tranquilidad, y que nadie se me altere ya que los pantalones de campana siempre vuelven pero los reglazos, el fumar en clase o las orejas de burro están relegados, por siempre jamás, al almacén más oscuro de nuestras peores pesadillas.
Despedida y cierre: no existe el ingrediente secreto ni de la coca-cola, ni de la marmita de Panoramix ni de la ambrosía de los dioses del Olimpo que garantice un éxito, total y absoluto, en educación pero ya es cosa “de los que mandan” en elegir políticas educativas de “buffet libre” o de “menú degustación”.
Carlos Navarro Valiente