El monótono ritmo del verano

  • 21 julio, 2015
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Las chicharras rasgan el silencio de la tarde con su obstinada y monótona letanía. Hace calor, mucho. Es, quizá, la tercera ola, o la cuarta desde que comenzó el verano. No sé, todo depende del canal en el que veas la información meteorológica. Incluso en eso, en el tiempo, no son capaces de ponerse de acuerdo las cadenas. Las perlas de sudor coronan mi frente provocando un extraño brillo en esa parte de mi cabeza.

 

Incapaz de respirar el irrespirable oxígeno caliente del exterior, decido echar mano del aire acondicionado. No me gusta, se me antoja un frío artificial, pero qué remedio me queda. Acomodado ya en el sofá, y con la máquina esforzándose por disminuir la temperatura ambiente, enciendo el televisor. Es la hora del informativo. Ninguna cara nueva. Es verano, recuerdo, e incluso los presentadores tienen derecho a tomarse unas vacaciones. De hecho, también las noticias han decidido marcharse de viaje.

 

Asisto, entre divertido y asombrado, al desfile de sucesos y novedades que ha deparado el día. Es lógico que la jornada no dé para más. Con futbolistas y políticos disfrutando de unos días fuera, el noticiario se reduce a la nada. Es evidente que son los que más juego dan y los que más espacio ocupan. Sin ellos y sin los periodistas habituales, todo queda en manos de los esforzados becarios que bastante tienen con intentar hacer juegos malabares.

 

Así que, paso un rato entretenido enterándome de que, en Portland, la nueva costumbre es colgar en los cables eléctricos juguetes sexuales en lugar de un par de zapatos usados. O de que una empresa portorriqueña ha fabricado tampones con la forma de los minions. O de que, una anciana enferma de cáncer, pudo disfrutar de un emotivo reencuentro con su caballo antes de morir. Todo ello sazonado con alguna noticia esotérica que tiene como protagonistas a supuestos seres de otro planeta.

 

Apago el televisor y me dispongo a leer. La lectura, como las bicicletas, es especialmente placentera en verano. Sin embargo, el libro que cogí prestado anteayer de la biblioteca, no consigue encontrarme el pulso como yo no consigo encontrárselo a él. No creo que haya química entre nosotros. Es una relación que no funciona e ignoro si es suya la culpa o mía. En mi defensa diré que, tiene un inicio que difícilmente engancha y que, tras doce capítulos, todavía no ha entrado en materia. No obstante, habrá que darle otra oportunidad; considero un sacrilegio dejar un libro a medias.

 

Tras leer cinco capítulos más, lo abandono sobre la mesa con más dudas de las que ya tenía antes de adentrarme en sus páginas. Volveré sobre él, seguro, aunque no sé cuándo. Salgo de nuevo a la terraza ahora que el oxígeno ha dejado de quemar. Me limito a sentarme en una butaca y contemplar el vacío. El cielo es radiantemente azul, apenas surcado por un par de nubes. Como el informativo, mi tarde no tiene noticias importantes que contar. Debe ser el verano, con su ritmo lento y acompasado, el mismo que “torna a encender las calles y a oscurecer las casas”, como dejaría dicho Juan Ramón Jiménez.

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