El circo

  • 26 marzo, 2010
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El circo

Desde sus butacas patalean, jalean, emiten ruidos ininteligibles, incluso relinchan; buscan hacerse oir por encima de los demás, de los adversarios, de aquellos que como ellos, no responden más que a un estudiado y milimétrico papel basado en las consignas que les vienen dadas desde arriba y que jamás se cuestionarán porque les va en ello su porción del pastel. 

Acomodados en su confortable poltrona, vitorean enardecidos ante la intervención de los propios, al tiempo que abuchean sin pudor las palabras de los ajenos. Y aunque parecen tan distantes los unos de los otros, tan enfrentados, tan irreconciliablemente separados, al verlos, a uno se le antoja que tienen mucho en común; por lo pronto, la frivolidad con la que se toman los asuntos de todos. 

Ilusionistas de la nada, domadores de la honradez y de la buena conciencia, equilibristas del absurdo, marionetas de su codicia y desvergüenza, tristes polichinelas manejadas por la oscura mano del poder, chicas de varietés realizando inverosímiles bailes alrededor de donde puedan obtener una subvención o un cargo, trapecistas ejecutando espectaculares pero huecos e inútiles escorzos en el aire, payasos sin gracia de un circo que todos pagamos y ninguno quisiéramos sufrir. 

Pudiera pensarse, viéndoles actuar ante las cámaras de televisión, que el motivo que allí les congrega, es tan peregrino y superfluo como organizar una despedida de soltero o debatir sobre el sexo de los ángeles, pero no es así. Están allí, cuando lo están, que tampoco es mucho el tiempo que dedican en ocupar su escaño, para sacar a flote a un país hundido en la profunda sima de la crisis y de sus propias miserias, para enderezar el rumbo perdido, para dar soluciones en lugar de problemas, para tratar temas de extrema gravedad para todos; temas que, viéndoles por televisión, parece que les sean ajenos. 

Y mientras ellos se dedican al compadreo, al trapicheo y al jocoso abucheo; mientras demuestran no ser más que caricaturas, trágicas sombras de lo que una vez fue un político; mientras el presidente de la cámara no encuentra más argumento para recobrar el orden y el decoro (si lo tienen) de nuestros diputados y nuestras diputadas que el hecho de que la televisión está siendo testigo de su deleznable comportamiento, muchas familias españolas pasan verdaderos apuros para poder llegar a final de mes

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