El cielo, el mar
- 9 agosto, 2021
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No es la primera vez que cuento que, en ocasiones, me gusta buscar inspiración sentado en la playa, mirando la lejana línea que une el agua salada con el cielo. Es cierto que la inspiración pocas veces llega porque mirando esa línea, la mente descansa, se queda vacía de pensamientos, se relaja. No es que viaje a ningún lugar, es que simplemente, no está. También hay pastillas para eso.
Ayer también lo intenté y sin embargo esta vez, el mar no me llevó a la desconexión ansiada. La línea horizontal que se dibuja entre mar y cielo me llevaba más allá, me agitaba, el corazón latía fuerte y las manos temblaban.
Quizá el cielo nublado que impedía que la línea se dibujara con nitidez, quizá ver que se desdibujaba con la intención de recordarme que las cosas no siempre son azules y blancas, que existen los matices. La seguridad que da ver el cielo posado sobre el mar, desapareció. Y me entró miedo, miedo al pensar que más allá de esa frontera inexistente, hay historias tristes.
Historias tristes de marineros, historias tristes de emigrantes ahogados por la desesperación, historias que por repetidas, no dejan de ser noticia amarga, y ahora, también la historia del padre que entrega el cadáver de su hija al mar, para que no se descubra su obra macabra, para que la madre angustiada no vuelva a vivir en paz, porque la odia, la odia tanto que es capaz de arrebatarle lo que los dos más han querido en este mundo, la hija, aunque él tenga que pagar con su propia vida, aunque tenga que responder por ello ante la justicia, divina y humana. El odio, el mal.
Hace días que no se habla de ellos, han dejado de ser noticia. Hace días, tal vez semanas, que cesaron en la búsqueda de más cadáveres en ese fondo al que se fue la niña tal vez confiando en su padre y añorando a su madre. Tal vez fuera un accidente, tal vez la situación se descontroló, pero el hecho de la muerte de un menor, existe, tristemente. Como existió en el caso de Gabriel y en el de tantos otros niños cuyos nombres hemos olvidado.
Nosotros los hemos olvidado, pero no sus familias, que les siguen llorando. No hay explicación que mitigue el dolor, no hay justificación, y la justicia por muy implacable que sea, nunca es suficiente porque no hay castigo equiparable al sufrimiento causado.
Cielo y mar se confunden, ¿dónde está el límite? Hoy no lo hay. Hoy es diferente, se difumina. ¿Y porqué tenemos que trazar líneas? ¿Por qué cuanto más rectas y definidas, mejor? ¿Por qué todo lo que no podemos etiquetar y clasificar nos da tanto miedo que preferimos atacarlo, eliminarlo, antes que conocerlo? ¿Por qué mataron a Samuel? ¿Por qué si el lenguaje ha de ser inclusivo cada vez acuñamos más términos para decir lo mismo? Porque el problema no está en cómo llamarlo sino en lo que se es y en los derechos que, simplemente por el hecho de ser, nos correspondan en igual medida.
El odio no tiene género ni es exclusivo de unos cuantos. El mal existe y no tiene bandera que lo identifique.
Sigo mirando al frente, ensimismado, pero los pensamientos no se detienen. Ahora llueve, y el sol hace que la línea horizontal que divide el cielo y el mar, estalle en mil colores. Todavía hay esperanza.