Donde residen los milagros

  • 23 junio, 2014
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Miro tus ojos nítidamente azules; tu pelo corto, casi masculino; tu manera de andar, vacilante, atemperada; tu sonrisa discreta, ambigua pero sincera. Observo detenidamente el modo de plantarte ante mí para contarme, con las palabras justas, algo que te ha ocurrido y que es, a tus ojos, el acontecimiento más importante de la historia.

Te conozco de siempre, de cuando entraste en el colegio por primera vez y apenas una discreta lágrima quiso confesar por ti el miedo que sentías ante aquella escuela grande y nueva. Sí, tu hermana también era alumna de Celada, pero ella no estaba allí para darte la mano, para protegerte, para abrigar tu temor.

Te recuerdo cruzándote conmigo por pasillos y escaleras cuando salías o entrabas de la clase de Mª Carmen. Agachabas la cabeza, no sé si por timidez, y con la libreta fuertemente asida al pecho, a modo de coraza, te encaminabas en busca de tu aula; muchas veces detrás de algún alumno que, como tú, necesitaba otros recursos para avanzar en su aprendizaje.

Hasta entonces, poco sabía de ti. Tu nombre y alguna referencia vaga y ocasional perdida en una conversación. Nada más. El tiempo y el destino, sin embargo, terminaron por cruzar nuestros caminos. Nos preguntamos, en ocasiones, qué hace especial a una persona. Difícil resulta encontrar una respuesta. Por suerte, el espectro es tan amplio que, con toda seguridad, cualquier ser humano reúne, entre sus aptitudes, alguna que le permita destacar sobre los demás; hacerlo distinto y, por lo tanto, especial.

A ti, te hace especial tu carácter amable, desprendido; tu voluntad altruista; tu tranquila inocencia. Lo siento cuando me hablas de los ancianos a los que ayudas los fines de semana. Lo detecto en la calidez de tu voz cuando me cuentas historias como la de esa vecina que, una vez que la muerte la ha separado de su inseparable perrito, sintiéndose quizá sola, ingresó voluntariamente en el asilo. Estoy convencido de que tú contribuirás a hacer mejores los días que le queden de vida. En momentos como esos, en personas como tú, es donde residen los verdaderos milagros.

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