Dignidad, por encima de todo

  • 4 marzo, 2012
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          De poder hacerlo, ¿qué es lo que más desearía?

 

Imagino que la pregunta le pillaría completamente por sorpresa. Cuando una persona asume que ha sido ignorada por la sociedad; que sin saberlo ni pretenderlo ha pasado a ser invisible para aquéllos que le rodean; que ha llegado a un punto en que prefiere esa indiferencia con que la mayoría le trata a las miradas de repugnancia reflejada en los ojos de gente que no ve en ella más que la basura que no se recoge, que alguien la aborde así, de repente, cuando lo único que espera es una limosna que le permita llevar algo de comida a su estómago, debe pillarle completamente desprevenida.

 

          Lo que más desearía es darme una ducha.

 

No parpadea, ni siquiera ha necesitado meditarlo. Podría haber dicho cualquier otra cosa; una copiosa cena, o dinero, o dormir bajo un techo junto a una estufa caliente, o ver a cualquier ser querido del que no tiene noticias desde hace años. Puestos a pedir, podía haber deseado recuperar aquella vida que una vez fue suya y que nunca pensó perder. Porque, al fin y al cabo, no nació mendigando por las calles ni frente a la puerta de un supermercado. La suya, probablemente, sería una vida normal que alguna desgracia se ocupó de truncar. Quizá, aquéllos que la desprecian con la mirada, que ni siquiera le consideran una persona, deberían reflexionar sobre las vueltas del destino. Aunque lo crean, no son intocables y desconocen lo que les deparará el futuro.

 

          ¿Una ducha?

 

Pareces sorprendida. Te esperabas cualquier otra respuesta. Seguramente, por tu cabeza habían pasado las mismas peticiones que han pasado por la suya cuando le has hecho la pregunta. Pero, esto no es un cuento, ni tú eres un hada madrina que va a concederle todos sus deseos.  Es la cruda realidad, tú lo sabes y ella lo sabe. Hace mucho tiempo que la vida la hizo práctica.

 

          Sí, una ducha; no recuerdo la última vez que me sentí limpia.

 

Y en esos momentos, la única palabra que pasa por tu cabeza es dignidad. Ha perdido su estatus, a su familia, su hogar, todo lo que le importaba. Ha dejado atrás un pasado mejor que se le escapó sin que fuera consciente. Se ve obligada a ir de un lado para otro, siguiendo una trayectoria errática, ignorando que le deparará el futuro cuando se levante por la mañana  -si consigue superar el frío de las noches de invierno – ; y, a pesar de todo, conserva su dignidad.

 

No necesitas saber nada más, si acaso su nombre. Porque el nombre también dignifica, es una manera de sacar del anonimato a aquella extraña a la que ahora invitas a que te acompañe a tu casa, la convierte otra vez en persona. Le permitirás que se duche, incluso la invitarás a cenar y le darás algo de dinero. Luego, se perderá entre la gente y no sabrás más de ella Con el paso de los días, olvidarás cómo era su rostro cuando limpió de él la suciedad que lo cubría. Pero ella, aun cuando sea por un tiempo, caminará con la cabeza alta; en cuanto a ti, una paz interior te permitirá dormir mejor por las noches.  

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