Del 5 al 9

  • 24 septiembre, 2010
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Del 5 al 9

Sí, sí, sí. Este año, sí. Me he portado como un valiente. Me enfundé mi traje de festero con el que habitualmente sólo me paseo y desfilé. Fui un festero cabal el día 5, me desmadré el día 6 y el día 9 sólo me comporté. Fui a una diana y almorcé. Ofrendé a nuestra patrona e incluso en la Retreta participé. Fui delegado en la Procesión y atendí educadamente las indicaciones de los  delegados de la JCF. Pero como no soy una figura del toreo, no he salido en la foto. Cachis. 

Los cuerpos no dan de sí lo que daban y hube de perdonar las fiestas nocturnas en los pocos locales de costumbre que nos van quedando, digo de los de antes, de los populares, que de los de pago haberlos hailos, aunque van subsistiendo como pueden porque los más jóvenes que son los de mayor  aguante, han puesto de moda los locales y se pasan las horas muertas en ellos para amortizar el alquiler que pagan y  el gasto extraordinario en bebida y otras sustancias. Lo de la fiesta en la calle queda para los padres, los críos y la gente de antes.  

Mis primeras fiestas de festero saliente no serán las últimas. Me lo he pasado bien, muy bien a pesar de que en los desfiles “se corre”, que las dianas ya no huelen a alábega, que está prohibido parar, que están prohibidos los manteros y que hemos conseguido que nuestros desfiles menores  sean una repetición de los desfiles mayores. En mi modesta opinión los defensores de la esencia de nuestras fiestas se están cargando la esencia de nuestras fiestas. No sé a qué poderosa razón obedece la obsesión por los “recortes” en tiempos y distancias. Si no tenemos que llegar a ningún sitio. Tanta marcialidad es abrumadora en unos días en que salimos a disfrutar, nos olvidamos del reloj, comemos a la hora de la merienda y cenamos a la madrugá. Si es por el siempre invocado respeto al público, les digo yo, como público que he sido durante muchos años, que la solución no está únicamente en los recortes y las prohibiciones. Reflexionar durante años sobre la problemática de nuestras fiestas para no hacer nada con la problemática de nuestras fiestas salvo parchearlas y abrumar a los festeros con el coco de las sanciones  ha servido de poco. El sufrido público como mucho sólo se queja del elevado precio de las sillas y de los trapicheos que se llevan algunos  con la “reservan de tribunas”.  

Luego vienen los premios sobre cuya oportunidad y justicia  comentamos aun bien sobrepasadas las fiestas. Dicen unos “hay que quitarlos”. Apostillan otros, “todos no, sólo los de comparsa”. Dice un buen amigo que el problema es que en Villena, no damos los premios sino que los quitamos. Y así supongo que sea por el sistema de resta de puntos con  sanciones y la consabida picaresca que somos conscientes existe en este asunto, así como con el de los aleccionados jurados. 

Y sí es cierto que Villena olía a contenedor durante estas fiestas. Pero para mí, el olor a basura acumulada de fiestas, de pimientos, de sardinas, incluso el olor a vómito, era casi tranquilizador. Olía mal, olía a basura, a contenedor, olía a mierda pero sabíamos a qué olía y porqué. Pero limpias las calles de los restos de las fiestas, ¿a qué huele Villena? ¿Y porqué huele mal Villena?

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