Conexiones
- 31 marzo, 2020
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Cuando todo esto del coronavirus empezó a estallar en España, y más concretamente en el ámbito local, Villena, lo primero que me llamó la atención antes de que se decretara el estado de alarma, fue encontrarme el juzgado precintado con cintas de policía en cada sala para evitar el paso de profesionales y público. Luego, en lo que debiera ser el mostrador del Registro Civil, alguien había puesto un plástico para aislar al funcionario de quienes acudían a solicitar documentación. Desolador. Fue como la primera bofetada de realidad. Nos iban a pillar en bragas, o en calzones, para que no se me tilde de sexista. No íbamos a estar preparados. Se veía venir.
Son curiosas las conexiones tan extrañas que en ciertas situaciones puede establecer nuestro cerebro. Dígase por ejemplo que el hecho de que no exista ventanilla acristalada en el Registro Civil y la visión de ese plástico aislante improvisado, me hizo retrotraerme a un momento de la economía española en que los bancos y cajas de ahorro decidieron hacer una política de apertura, de acercamiento al cliente, de proximidad. Se eliminaron las antiguas ventanillas de cristal que separaban tradicionalmente al cajero del público en general. Fuera barreras, fuera protecciones. Siéntese usted aquí, a mi vera, cuénteme su vida y dígame qué necesita.
Proliferaron los amplios mostradores y mesas donde alcanzamos tal grado de confianza con los empleados que nos dieron gato por liebre en muchas ocasiones, aún sin ellos saberlo, y nos fuimos con una sonrisa de oreja a oreja. La última renovación de oficinas, tras la crisis financiera de los últimos años, ya es la monda: oficinas bancarias transformadas en salones donde un empleado te recibe sonriente y en la mejor de las ocasiones te ofrece agua o café, una máquina donde recoger “su turno”, sofás de diseño y amplias pantallas donde aparecen anuncios. Si no fuera porque andamos siempre con prisa, sería para quedarse a pasar la mañana.
Del “sin barreras” al “siéntase como en casa”. Y sin embargo, en plena crisis sanitaria, acojonados, metidos en casa( en la propia, la nuestra), dándole al pensamiento, me pregunto si en un futuro no muy lejano, volverán las ventanillas de cristal que amortiguaban las relaciones personales pero también los virus y similares. Ya lo he avisado, extrañas conexiones que hace el cerebro en situaciones de alta tensión.
Ahora los bancos, que quieren ser nuestros amigos, nos ofrecen préstamos a bajo interés, o eso dicen, para que podamos superar nuestra falta de liquidez en estos tiempos de gran temor y enormes dudas (y deudas). Incluso anuncian ayudas al teletrabajo ofertando, a buenos precios, equipos informáticos y teléfonos móviles. ¡Válgame, si esta es la ayuda que nos van a prestar en esta penosa situación en que nos encontramos, que la autoridad divina nos pille confesados!
Queremos tener esperanza, los días pasan y la moral se nos viene abajo, ya no por el encierro. Uno se repite sin cesar que lo principal es la salud, que hay que superar al bicho como sea y que luego ya veremos. Día a día. Pero a veces, los proyectos de futuro se nos cuelan en el pensamiento. Los que quedaron a medias y los que tienen que venir. Y uno mira a un futuro incierto en el que los ahorros irán mermando porque hay que pagar, un futuro sin empleo porque ya somos ERTE. Y reza, hasta el más ateo, para que a alguien se le encienda una lucecita y piense en esas cosas. Medidas, señores ministros.
Empezamos a tener la triste sensación de que el país no los necesita, que la solidaridad de los gobernados puede superar esta crisis pese a la ineptitud de quienes nos gobiernan o quieren gobernarnos. Si intentan sacarle rédito político a esta situación, son ustedes unos miserables. Asuman la responsabilidad que tienen y gestionen, delante o detrás, donde les haya tocado. Sean ustedes eficaces y efectivos de una puñetera vez. No más discursos sobre lo grande que es nuestro país. Ya lo sabemos. No nos llamen a la unidad, estamos más unidos que nunca. Únanse ustedes y gobiernen.
Rescaten ciudadanos como en su día rescataron a los que ahora nos invitan a pasar las mañanas en sus salones, en esos salones dónde depositamos nuestros dinericos, cada vez más mermados. Seremos nosotros, otra vez, los ciudadanos de a pie si seguimos vivos, quienes finalmente tendremos que salir al rescate de nuestros vecinos, los del comercio minoritario, local y tradicional.
Señores del gobierno, señores de la oposición, pónganse las pilas. YA.
F.MARTINEZ