Ceguera acromática

  • 17 enero, 2010
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Ocurre cada vez que se ha dado una victoria sonada de uno de los dos o que el sábado anterior se haya disputado un derbi futbolístico entre ellos. Llegado el lunes siguiente se produce la pregunta del millón. Algún alumno se me acerca y con socarrona intención me interroga sobre el asunto. ¿Eres del Barça o del Madrid? Como estoy acostumbrado, ya tengo la respuesta preparada. ¿Es que hay que ser de alguno de los dos?, le replico. El alumno en cuestión se queda desconcertado o asiente decidido como si pertenecer a uno de esos dos equipos fuera un axioma incuestionable.

Ocurre en el fútbol, como ocurre en muchos otros campos de la vida. La política es el otro caso más claro. Se es de derechas o de izquierdas, no hay término medio. En el momento en que alguien opina sobre un tema es de inmediato etiquetado en función de la opinión que da. No cabe la posibilidad de que carezca de ideales políticos y la suya, sea una queja coyuntural que nada tenga que ver con el color hacia quien la dirige.

Al respecto de esto, recuerdo hace un tiempo que una lectora de esta contraportada me decía que, por mi modo de expresarme, se me notaba que era de izquierdas. No le contesté nada aunque me quedé con ganas de responderle de la misma manera que a mis alumnos futboleros. ¿Es que hay que ser de izquierdas o derechas?

En alguna ocasión he afirmado que el ser humano tiene una tendencia natural a los extremos, que es incapaz de mantener un saludable término medio. Está en nuestra naturaleza simplificar las cosas, reducirlas al tú o yo, al conmigo o contra mí, como si no pudiera existir un nosotros aunque seamos (afortunadamente añadiría) diferentes.

Puede que el problema radique en que la nuestra es una sociedad daltónica a la que deberían diagnosticarle una ceguera acromática que le impide distinguir más allá del negro y el blanco. Y lo más lamentable de todo es que, no conformes con postularnos en uno u otro lado de la calle, pretendemos que también los demás se posicionen a nuestro favor. De no ser así, automáticamente los lanzamos hacia la otra acera sin contemplaciones.

En todos lados, cuando compartimos inquietudes e intereses de distinta índole, cuando nos toca convivir con los demás, nos encontramos con grupos abiertamente enfrentados, confrontación de la que resulta difícil abstraerse, bien porque nos cueste resistirnos a la tentación de hacerlo; bien porque, de mantener una posición neutra, los palos nos pueden llover desde los dos lados de la calle. Ya se sabe que el que interviene en una pelea para mediar, se suele llevar más golpes que nadie.

Aún así, sigo pensando que lo más saludable es mantenerse en el término medio, intentar no perder el equilibrio, tomar lo bueno que nos ofrece cada postulado obviando lo pernicioso. Porque si nos tomamos la vida que nos ha tocado vivir con nuestros semejantes como una cama que debemos compartir con ellos, mejor será quedarse en el centro, bien calentitos, porque si tendemos a irnos hacia un lado de la misma, corremos el riesgo de que se nos hiele la espalda o, lo que es peor, que nos caigamos de ella.

 

 

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