Cañas y carrizos
- 7 febrero, 2023
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Cañas y Barro, la novela de Blasco Ibáñez ambientada en la Albufera de Valencia, nos acerca a uno de los humedales más importantes y amenazados de nuestra Comunidad y pone de manifiesto la importancia visual que tienen y han tenido las cañas en nuestras zonas húmedas; pero no todo es lo que parece. La amenaza que sufren estos ecosistemas por la acción humana ha sido constante a lo largo de los siglos; el uso irracional del agua, la sobreexplotación de los acuíferos y la desecación de muchos de ellos –para “erradicar” enfermedades como la malaria–, han acabado o están acabando con estos ambientes. Su dependencia de este elemento, también los hace frágiles y ejemplos de todo lo mencionado los encontramos en nuestro entorno; por eso en este mes, cuando se celebra el día Mundial de los Humedales, decretado en 1997 por la Convención Ramsar, tenemos que poner de manifiesto esta pérdida irremediable y recuperar en la medida de lo posible nuestros humedales y por ende nuestros acuíferos. Podemos echarle la culpa al cambio climático, al cambio del magnetismo terrestre o incluso, y esto es lo más actual, a la ralentización del núcleo terrestre; pero verdaderamente es el uso que el ser humano ha hecho desde siempre del territorio y sus recursos, el responsable directo del deterioro de estos ecosistemas. Por ello, es nuestra responsabilidad poner remedio a esta destrucción e intentar recuperar algo de lo ya perdido. En los presupuestos participativos de nuestro ayuntamiento hubo una propuesta de recuperar parte de la Laguna de Villena, pero poco se ha hecho desde entonces… sigamos, pues, trabajando para que ese proyecto sea una realidad.
Pero vamos a hablar de dos especies de plantas que están ligadas al agua y que forman parte de un grupo que denominamos helófitos –palabra que se forma a partir de “helos”, pantano o laguna, y “phyton”, planta–. Estos vegetales, las plantas de las lagunas, se caracterizan por tener sus rizomas encharcados la mayor parte del tiempo; los rizomas son tallos subterráneos, que puede parecer raíces, pero no lo son, y eso les da una gran ventaja en su adaptación. Hablo de las cañas y los carrizos… No, no son la misma planta, sólo se parecen por una convergencia adaptativa. Ambas pertenecen a la familia de las Gramíneas y, como he comentado, poseen potentes rizomas que les permite una colonización rápida del terreno; sus tallos son altos y en su parte apical tienen un penacho de ramillas pelosas donde se encuentran las flores; el tallo está dividido en nudos separados por largos entrenudos, dándoles ese aspecto característico de “caña”; sus hojas tienen un larga vaina casi del tamaño del entrenudo, que termina en una lámina ancha, justo en la zona donde la vaina pasa a ser lámina se encuentra una estructura que se llama lígula (o lengüeta), y que es un carácter morfológico importante para su identificación; en este caso, en el carrizo encontramos una lígula de pelos y en la caña una lámina membranosa, ciliada en el ápice. No sé ahora, pero cuando yo era niña, nosotros utilizábamos estas hojas para hacer una especie de pitos que tocábamos cerca de las telarañas, imitando una mosca atrapada, sólo por el placer de ver a la araña salir corriendo… me pregunto si esta práctica era muy responsable para la pobre araña. Pero además de la lígula, ambas especies tienen diferencias significativas.
Empecemos por el carrizo (Phragmites australis (Cav.) Steud.). Ésta es una planta autóctona, con una importante labor social, ya que ha sido utilizada durante mucho tiempo para hacer tejados de cañizo, en las labores de la huerta, cercados… Me viene a la cabeza un cuadro de nuestro gran pintor valenciano, Joaquín Sorolla –aprovechando que este año se cumple el centenario de su muerte–; se titula La Bata Rosa y representa una escena en la que, detrás de un cañizo, una joven se prepara para el baño, quedando iluminada de manera magistral por la tenue luz que pasa entre las cañas… no es por casualidad que Sorolla sea conocido como el pintor de la luz. Además de por sus usos, tienen gran importancia en los ecosistemas, al ser las plantas que ocupan esa primera franja de vegetación, sobre suelos encharcados, en ríos y lagunas, y por tanto son parte esencial en el anidamiento de las aves.
El carrizo es mucho más tolerante a la salinidad que la caña (Arundo donax L.), especie más robusta, recia y resistente que aquélla, y alóctona –muy probamente oriunda de Asia– que se ha extendido y naturalizado de forma asombrosa en toda la cuenca del Mediterráneo. En el sureste ibérico, fue introducida en ramblas para frenar las avenidas que siguen a las lluvias torrenciales, propias de otoño en el Mediterráneo. Su erradicación es muy difícil, precisamente por esos rizomas grandes, que al ser verdaderos tallos portan yemas que generan brotes nuevos año tras año. Cortarlas e incluso quemarlas no termina con ellas; es más, son especies extremadamente inflamables, por lo que quemarse periódicamente las favorece, ya que su recuperación a través de sus órganos subterráneos es mucho más rápida que en las plantas nativas. Actualmente se está trabajando en la erradicación de estas masas de cañas en muchos humedales de la Comunidad; pero, aunque se espera que el resultado sea beneficioso, de momento las labores de erradicación –que pasan por la destrucción de los rizomas– hacen que estos ecosistemas se degraden mucho, pudiendo ocurrir que el balance obtenido no sea tan positivo como se desearía. Esperemos que al final los resultados que se alcancen sean óptimos y las riberas se vuelvan a recuperar.
Tenemos que aprender de estas actuaciones, del peligro que entraña la introducción de especies exóticas en nuestros ecosistemas; hemos de ser responsables incluso a la hora de cultivar una planta en nuestros balcones y asegurarnos de que sus potenciales diásporas no causarán daños irreparables. En nuestras manos, y sobre todo en nuestro entendimiento de las especies, tenemos algunas de las soluciones, y por eso es tan importante conocer integralmente las especies vegetales.