Aprecios, desprecios y arracadas
- 29 noviembre, 2016
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Un reconocimiento institucional adquiere significado en un doble sentido: para el que otorga el galardón y para el galardonado. Al margen de otras consideraciones, por mi condición de profesor universitario de Comunicación, quiero plantear una reflexión analizando algunos aspectos semióticos evidenciados en este tipo de decisiones no exentas de polémicas.
Si el jurado que concede la Arracada de Oro individual está constituido en su mayoría por políticos, es decir, personas cuya condición de miembro decisor surge de su capacidad para representar a un partido político con presencia en el Ayuntamiento, estaremos de acuerdo en aceptar que se trata de un “premio político”. Por tanto, sin ninguna cualificación técnica. De lo que se deriva, como ocurre con cualquier otra actuación política, poder ser susceptible de discrepancia respetuosa y crítica argumentada. En eso consiste la democracia, la pluralidad y la libertad de expresión.
El término “político” no debe entenderse, necesariamente, en su acepción más negativa de “parcial o partidista”, sino más bien en su significado “ideológico”. Según la terminología de Eco, como idea sociocultural de un modelo o sistema determinado de gestión de lo público, por ejemplo.
Optar por una de las opciones en liza supone elegir entre un candidato u otro. Y, sobre todo, teniendo en cuenta lo que puede connotar su concesión para el prestigio de los galardones. Por eso mismo, con el fin de evitar afectividades, subjetividades arbitrarias y discrecionalidades incomprensibles que perjudiquen la buena imagen de rigurosa imparcialidad, se suelen fijar unos claros criterios garantistas de baremación y evaluación de los méritos junto a las normas que regulan los procedimientos y la documentación para concurrir en la convocatoria. Algo que desafortunadamente no sucede en el caso de las Arracadas.
Conforme a los postulados de Peirce, existen signos denominados “indicios” que ayudan a interpretar la relación de causa-efecto entre dos acciones que se desarrollan en paralelo. Lo que se puede explicar de manera muy sencilla con la expresión “por el humo se sabe dónde está el fuego”.
A veces los indicios son solo suposiciones, pero otras son verdaderas confirmaciones. Por ejemplo, que un candidato aparezca en una fotografía firmando en el Libro de Honor de la Ciudad, en cumplimiento de la graciosa e intransferible potestad del alcalde, es un hecho sintomático para poder anticipar, sin riesgo a errar, el resultado del veredicto. Esos privilegios siguen teniendo, aún hoy, más valor y repercusión que cualquier respaldo o apoyo mayoritario de la ciudadanía en forma de adhesiones.
Los candidatos dejan de ser personas con una trayectoria personal y profesional para convertirse en símbolos merecedores de distinciones, pero también de controversias, muy a su pesar. El viejo imaginario frente a los nuevos proyectos; el pasado frente al futuro; la memoria frente al progreso sostenible; la donación frente al trabajo por el bien común; lo entrañable frente a la docencia e investigación proactiva adquieren visos de conflicto animados por lo ambiguo de una decisión legítima que, sin embargo, parece justificarse en excusas no fácilmente asumibles.
La competencia originada por su condición de candidatos es consustancial a unos galardones que incitan a la presentación de candidaturas por parte de personas o colectivos de Villena. Más allá de las simpatías o antipatías despertadas, esto no es un concurso de popularidad. Pero sí una manifestación de compromiso social, movilización civil e implicación y participación ciudadana. Aunque reconozco que, yo al menos esta vez, no puedo ser al mismo tiempo juez y parte.
Salvador Martínez Puche