A María Tomás
- 29 abril, 2022
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Tenía los ojos azules, muy azules. Una piel blanca y delicada, como casi todas las rubias. Su pelo, impecable, siempre de peluquería, era ya plateado. María era una coqueta elegante. Delgada y más bien menuda de cuerpo, pero no de carácter. Sabía defenderse y, aunque nunca la vi, sé que si tenía que atacar, atacaría. Valentía tenía por arrobas. Poseía una voz singular, nunca la hubiera confundido con otra persona al oírla. Era aguda, pero no estridente y con ella decía lo que tenía que decir y quedaba claro.
María. María Tomás, villenera hasta el tuétano (su marido me hubiera corregido rápidamente: villenense). Amaba a su pueblo, sus fiestas, a sus amigas, a sus amigos, pero sobre todo amaba a su familia, que hoy se ha quedado huérfana.
Amiga fiel y generosa, con una energía a sus noventa años que daba envidia, pero ya se cansó de este mundo (no me extraña) y ha decidido reunirse con su Alfredo, su novio de toda la vida, su amor.
Me ha dejado en herencia muchos momentos inolvidables, normalmente vividos por los cuatro: María, Alfredo, Rafa y yo. Y a veces, bien acompañados de otros amigos que tampoco están y que no quiero olvidar: Vicente, Paco, Pedro.
Ni a ella ni a Alfredo les daba pereza viajar y caminar lo que hubiera que caminar. Qué buena compañía. Una vez fuimos a Madrid y en la Plaza Mayor nos hablaban de todo menos castellano, claro, como todas las españolas somos morenas. Y si os contara la anécdota de la pedanía de Ubeda no pararíais de reír. Pero, aunque estoy sonriendo escribiendo este texto, estoy triste y sé que la echaré de menos. También sé que, como a Alfredo, nunca la olvidaré.
Mari Cruz y yo nos tomaremos cafés a tu salud. Y si se deja, alguna copa de vino, que siempre alegra el alma y los recuerdos
Guárdame un sitito a tu lado y saluda a todos los amigos que están ahí.
Rosa Llorens