Un caído más
- 6 febrero, 2017
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Espero en el coche a que Miguel tome asiento a mi lado. Y mientras arranco el motor le pregunto: ¿De qué escribó un artículo de opinión?. Miguel no se corta. No es la primera vez que le hago la pregunta esta semana y comienza a citarme una retahíla de temas entre, como no, no podía faltar el flamante presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Me niego a decir lo que opino del personaje, ya son muchos quienes en las tertulias le dedican infinidad de lindezas y tengo la determinación de no ser repetitiva escribiendo estas líneas.
De la nieve. ¿De la nieve?. Tema que ha centrado todas nuestras conversaciones en estos últimos días. ¿Cuánta nieve cayó? ¿Si se pudo salir de casa o no? ¿Cuánto tiempo tardó en llegar a Villena?. La nieve tan bendita que nos augura un año de bienes, tan divertida como para no ir al colegio, tan salvaje como para crear, en días consecutivos, el mayor caos vivido en el Levante español. Pero tengo un problema, F.Martínez, con mejor pluma que yo ha escrito unas letrica sobre la nieve en la parte superior de esta página. Así que me pregunto ¿Qué voy a decir sobre la nieve?. P
Miguel me mira y ve que cada tema en que piensa significa un moín en mi rostro y espeta: «De tecnología». Y me pregunto que narices puedo hablar yo de tecnología si lo único que hago cada día es utilizarla. Utilizarla sin parar. La tecnología digital, la que llegó para instalarse y revolucionar no sólo nuestro trabajo, sino además las relaciones personales y como no el lenguaje. Del lenguaje de los millennials aprendo cada día más de dos preadolescentes que me llevan loca con las cartas de magic, con la PSP 4 y con los últimos raperos. Les cuesta discenir qué forma verbal se escribe con «h» o no pero reconocen con facilidad palabras como «hater», «troll», «lol» y un largo etcétera. Si no saben los que significa no acudan al diccionario de la Real Academia, todavía no son tan rápidos su ilustrisimos académicos para incluirlas en la RAE. De ese nuevo mundo que no se avecina, sino que ya está aquí aprendo de Miguel y Antonio cada día. Leen libros diferentes a los que a nosotros nos gustaban como las aventuras de los cinco, aunque he de reconocer que nunca fueron de mi agrado. A pesar de ser una ávida lectora en mi años de juventud, fuí incapaz de escoger alguno de los tochos que Antonio elige como lecturas por afición, que por obligación le han mandado en el instituto «El Ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha» . Y me parece que le viene igual de cuesta arriba que a mí cuando entró en mi lista de textos obligatorios en bachiller. En esas lecturas intercambia las páginas de papel, la de una tablet o las de una libro digital como si fuera tan natural que conviviesen todos los soportes, sin pensar cuál le gusta más. Sin florituras románticas de las que expresamos los ya maduritos «a mi me sigue gustando el papel». Toma y a mí de hecho me empeño en sacar cada mes estas páginas que huelen a imprenta. Pero he de reconocer que el 80 por ciento de mis lecturas diarias las hago a través de un ordenador.
Y hablando de papeles, les tengo que hablar de un tema que Miguel no puso en su lista y que sin embargo a mi me tocó el corazón: la desaparación del periódico La Verdad de Alicante. Uno más en la lista de caídos en esta revolución que nos afecta a los medios de comunicación. Un guerra que enfrenta a papel y a web en un conflicto ficticio. La caída de La Verdad ha puesto encima de la mesa que el cierre del rotativo por el grupo Vocento no es más que un problema de viabilidad económica. Porque no ha prescindido de la versión papel sino que han cancelado toda la cabecera. Así, de la noche a la mañana. Y aunque hacía décadas que no caía en mis manos un ejemplar de La Verdad he de confesar que su cierre me ha impactado. No sé si por cercanía. No sé si por la pérdida de espacio para la libertad de expresión. No sé si por el manido refrán d: «Cuando las barbas de tu vecino veas cortar por las tuyas a remojar». Sólo sé que cuando comencé en este mundillo, La Verdad y su corresponsal en Villena Redondel, como firmaba Poblaciones, era toda una institución en Villena. El Información y La Verdad pujaban cadía día por llevarse el gato al agua y en esa pugna la información fluía de una forma más espontánea a la actual. Eran otros tiempos, eran otras formas de trabajar, menos rápido, con tiempo para repasar una y otra vez así como editar la información hasta que entraba en imprenta. No existía la tecnología, ni los haters, ni los trolls. Todo era papel y entre medias se colaban las ondas de la radio. No sabemos si era mejor o peor. Era diferente. Pero a partir de entonces La Verdad comenzó a retroceder, a replegarse y la tecnología sólo ha puesto la puntilla a una crónica de una muerte anunciada desde hace algunos años.