00017

  • 13 diciembre, 2015
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Carlos volvió a mirar el pequeño papel que celosamente guardaba en uno de los bolsillos de su chaqueta. Repasó, una vez más, las cinco cifras que tan bien se conocía ya. 00017. No parecía un número bonito, no lo era de hecho. Redondo quizás, pero no bonito. Lo había elegido al azar apenas cuarenta y ocho horas antes cuando, al pasar por delante de una administración de lotería, un pálpito le había empujado a entrar con el vago propósito de hacerse con un décimo. La influencia de la Navidad, pensó para sí mientras aguardaba su turno en la cola.

Nunca había sido persona de juegos y tampoco había mucho donde elegir a falta de dos días para el sorteo. En cualquier caso, no tuvo muchas dudas ya que, de inmediato, reparó en aquel décimo que pacientemente aguardaba sujeto a una pinza de madera. Habría sido recurrente pensar en los caprichos del destino, pero tampoco era persona que creyera en esas cosas.

Años atrás, llegada la resaca del sorteo, había presenciado, como tantos otros españoles, el júbilo televisivo de aquellos a quienes la suerte había agraciado con un pellizco. Nunca sintió nada especial ante la alegría de esos eufóricos desconocidos; nada de envidias, ni empatías; solo la mirada absorta de quien le son ajenas, remotas, esas manifestaciones espontáneas. Y ahora, cuando era uno de ellos, sentía el deseo de escapar, de no hacer público algo que únicamente a él y a los suyos pertenecía.

Guardó con mimo el décimo en el mismo bolsillo del que había sido extraído unos minutos antes y decidió alargar por un instante el momento presente. Nada de pensar en el infierno vivido durante los dos años anteriores; nada de recordar la impotencia por el trabajo perdido o la incapacidad para encontrar uno nuevo; nada de aquellos pasos derrotados que lo conducían, noche tras noche, de vuelta a casa con las manos vacías; nada de la mirada de resignación con que lo recibían su mujer y sus hijos. 

Pero tampoco era momento de imaginar los días futuros por muy consciente que fuera de que aquel pequeño papel guardado en el bolsillo iba a darles una tregua en sus vidas. Ahora, solo quería disfrutar de ese instante de absoluta soledad. Luego, entraría en casa para contar a los suyos la buena noticia. Todo cambiaría a partir de entonces, de eso estaba seguro; y sin embargo, él solamente podía pensar en la mirada de su mujer y de sus hijos; porque en sus ojos habría al fin otro brillo y, ese, era para él el verdadero premio de la Navidad. 

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