Pañuelos
- 27 diciembre, 2022
- Comentarios
Hay elementos cotidianos que acompañan a la humanidad desde que esta decidió bajarse de los árboles para evolucionar y convertirse en los que somos ahora, para bien o para mal. Elementos que usamos a diario o que, tras servirnos lealmente, pierden su función, se tornan obsoletos y pasan a un discreto segundo plano. El pañuelo es uno de esos elementos. Durante mucho tiempo, fue un complemento indispensable por su funciones prácticas o por el toque distinguido que confería al que lo portaba en este o aquel lugar, en una u otra prenda, en fiestas, ceremonias o actos sociales de cualquier índole.
Ya en la Edad Antigua nos hablan las crónicas de su existencia y usos. En tiempos de griegos y romanos, servía para enjugar el sudor de la frente o para proteger la cabeza del sol en aquellos que se dedicaban a las tareas más duras a la intemperie, dígase la agricultura, por ejemplo.
Servía, igualmente, a modo de venda para cubrir una herida, para limpiarse las manos o la boca en las comidas como si de una servilleta se tratase e, incluso, haciendo un hato con él, para transportar las escasas pertenencias de que disponían las personas de humilde condición. Ocultaba el rostro o protegía la garganta en las épocas de frío.
No era menos conocido su valor simbólico en los espectáculos públicos, ya que se agitaba como modo de hacer entender si al respetable le había gustado o no lo que se le había ofrecido. Esta es una costumbre que ha llegado hasta nuestros días, como ocurre en el coso taurino en algún campo de fútbol.
En la Edad Media, pero sobre todo a partir del siglo XVI, adquirió mayor prestigio y era habitual que las clases nobles portaran uno, o bien en la mano, o bien en algún lugar destacado de su vestimenta. Las damas de alta alcurnia los dejaban caer distraídamente cuando pasaban por delante de algún caballero por quien sentían algún tipo de interés amoroso, para hacerle partícipe de sus sentimientos.
Con la llegada del siglo XX, pero sobre todo con la irrupción de su homónimo de papel, debido principalmente a cuestiones higiénicas, perdió importancia y quedó relegado en favor del otro. En las últimas décadas, sin embargo, ha vuelto a cobrar fuerza como elemento simbólico, reivindicativo. Pañuelos, pero también lazos verdes, rosas, rojos… son en la actualidad un claro distintivo de lucha.
Pero en especial los de color rosa se han convertido en una clara alegoría de la batalla que libran muchas mujeres contra el cáncer de mama. La suya es una lucha desigual que, sin embargo, afrontan con una actitud, con una valentía que muchos quisiéramos para nosotros mismos. Son, parafraseando a Antonio Orozco en una de sus canciones, héroes que ofrecen sonrisas en lugar de lágrimas (esas se las guardan para según qué momentos y para según qué compañías), que callan sus tormentos y desastres, que nos dan lecciones a diario.
Todos, por desgracia, hemos tenido un familiar aquejado de esta enfermedad que se perpetúa en el tiempo. Todos, por desgracia, hemos sido testigos de la batalla a la que se han tenido que enfrentar a diario. Todos, por fortuna, nos hemos fascinado con su coraje sin límites, con su fuerza sin límites, con su entereza sin límites. Así que, como diría el argot castizo, va por ellas, va por ellos.