Cáncer
- 25 octubre, 2022
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En la misma semana en que Ana Rosa Quintana, recuperada de un cáncer, reaparecía en los platós de televisión, nos llegaba también la triste noticia de que Jesús Candel, el médico granadino más conocido como Spiriman, fallecía a causa de esa misma enfermedad.
A Jesús lo conocí básicamente porque mis amigos trabajadores de la sanidad pública compartían sus vídeos en redes sociales. Siguiendo a mis compañeros de vida, llegué a él, indirectamente. Fue en 2020, y sobre todo durante el confinamiento, cuando más me aficioné a oír sus intervenciones en redes sociales y sus entrevistas para programas de televisión, algunas no exentas de polémica.
Tengo que reconocer que tuve mis momentos y lo tomaba a pequeñas dosis, para respirar de cuando en cuando, porque sus denuncias y sus reivindicaciones me parecían tan fundamentales, tan reales, que me colapsaban. Eso y su forma de exponerlo. Airado, enfadado, indignado.Me provocaba taquicardia.
Lo vi el mismo día en el que anunció que tenía cáncer. Y no quise dar crédito. Di por hecho que, a un hombre con su energía, su temperamento, sus ganas de luchar y su sentido de la justicia, un cáncer no le iba a parar. También pensé que precisamente esa lucha rabiosa pudiera ser la misma causa de su enfermedad, su veneno. Y aunque él aparecía natural y tranquilo mostrando las secuelas que el cáncer y su tratamiento le iban dejando, llegó un momento en que ya no lo pude ver.
Y sé que hay mucha gente publicando su día a día con la enfermedad desde hospitales, hogares, etc. tratando de dar esperanza, animar a quienes lo padecen en silencio, con el mismo dolor y preocupación.
Uno puede desconectar del mundo digital, pero no puede “apagar” a los amigos, y lamentablemente son muchos los que, bien en propia carne, o bien en la de algún familiar han pasado por este calvario del cáncer.
La medicina no es una ciencia exacta y el cuerpo humano es una maquinaria compleja, por eso ningún caso de cáncer (o cualquier enfermedad) es igual a otro. Tampoco debiera ser una ciencia de “compartimentos estancos”. El oncólogo buscará la mejor manera de detener la enfermedad y tratarla, pero más allá, deben ser los pacientes quienes busquen y sufraguen con sus propios medios, recursos para paliar los efectos secundarios, el apoyo de métodos alternativos que ayuden a la recuperación o a la prevención, nutricionistas, psicólogos, fisioterapeutas etc. Porque cuando arreglamos una cosa, estropeamos unas cuantas más.
Por eso, cuando se empieza con un tratamiento oncológico, sería deseable que los demás profesionales intervinieran, estando ahí, con la red para evitar que la caída sea tan jodida.
Y así debiera haber sido siempre. Salvaguardando las distancias, recordaré que, a mí, cuando me pusieron el corsé para tratar mi estupenda desviación de columna (escoliosis), se me deformó la mandíbula. Daños colaterales que no cubría la seguridad social. Y ahora, pasados muchos años y a la vista de que la situación empeoraba, a mis cincuenta me tienen con Brackets, gomas y un desembolso importante de dinero para arreglar aquél desaguisado.
Tenemos una sanidad pública de calidad, pero mejorable en muchos aspectos. Desde el trato digno a los profesionales a la coordinación de las diferentes disciplinas sanitarias para los tratamientos. Quizá el caso más necesario y evidente de que algo está fallando en este sentido, son las enfermedades oncológicas, pero no el único.
Por eso es necesario que la lucha del Dr. Candel no cese con su partida. Queda su fundación, y quedamos nosotros para seguir pidiendo y exigiendo que se nos trate como un todo, como lo que somos, seres complejos a los que si nos salta un teclica, las demás se resienten y en pocas ocasiones, se arreglan solas.
Buen viaje, Dr. Candel “Spiriman”. Tú allí donde estés y nosotros en esta vida terrenal que nos queda por vivir, luchando para que haya muchas más “Ana Rosas”.