Las “apegalosas” o “colas de zorro”: las especies del género Setaria
- 20 octubre, 2022
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¿Quién de nosotros no ha llegado a casa, después de un recorrido por la huerta o algún campo, con plantas pegadas en los calcetines?
Plantas que se despegan con dificultad, como verdaderos velcros; pero, en este caso, con la peculiaridad de que las espiguillas –que portan los frutos y semillas– se desarticulan con facilidad, quedando muchas de ellas adheridas, y finalmente no hay otra solución más que quitarlas una a una. Esta forma de dispersión se denomina zoocoria (del griego zoon = animal); y, si nos ceñimos sólo al ser humano, se puede llamar más propiamente antropocoria (del griego anthropos = hombre).
Las plantas aprovechan de esta manera el movimiento de los animales para ampliar su área de distribución. Las especies del género Setaria P.Beauv. están muy bien adaptadas a esta forma de dispersión. Sus frutos están rodeados por unas fibras más o menos rígidas y alargadas, recubiertas de pequeñas espinas en su superficie, que les dan un tacto áspero y hace que funcionen como la punta de un arpón; es decir, que entran y se clavan fácilmente pero luego salen con mucha mayor dificultad.
Precisamente la presencia de esas fibras rígidas –que técnicamente en Botánica denominamos “setas” (y no deben confundirse con los cuerpos reproductores de algunos hongos)– es lo que da nombre al género Setaria (“portadora de setas”), y su capacidad para pegarse al pelo o a la ropa es de donde deriva uno de los nombres populares de sus especies: “apegalosas”. Este género pertenece a la familia Poaceae, conocida también como Gramíneas, término que a algunos de los lectores les resultará familiar por ser alérgicos a su polen; quizá sea ésta la familia botánica que más especies alergénicas contenga, pero no debe olvidarse que a ella también pertenecen los cereales, como el trigo, la cebada, el centeno, el maíz, el arroz, la avena, etc., base de nuestra alimentación y de la de muchos animales domésticos.
Es la primera vez que en esta sección nos ocupamos de una gramínea, por lo que creo que es necesario que hablemos de la flor típica, de esta familia. ¿Qué tienen flores? se preguntarán algunos.
Pues sí, efectivamente, tienen flores; pero son tan diferentes al resto de las flores de otras familias, que merecen una mención especial. Carecen de pétalos y sépalos vistosos, por eso nos cuesta en ocasiones incluso verlas; sin embargo, lo importante de las flores no es tanto que sean más o menos llamativas, sino que guardan y protegen los órganos reproductores de la planta –los estambres y el pistilo–, a partir de los cuales finalmente se desarrollarán los frutos y dentro de éstos, las semillas.
Y, efectivamente, las gramíneas también tienen todas estas estructuras. En muchas flores, los órganos reproductores se engalanan con pétalos (y, a veces, también sépalos) de colores en el caso de que los necesiten para atraer a insectos que realicen la polinización; pero cuando es el viento el responsable de la dispersión del polen (como ocurre en las gramíneas), las flores ya no necesitan adornarse con colores vistosos, porque ello supondría una inversión energética muy grande y no le sacarían ningún rendimiento. Curiosamente, de las especies que pueblan nuestro planeta sólo los humanos y los parásitos son capaces de gastar energía sin obtener un rédito; es decir, tontamente.
Pero volviendo a las plantas que nos ocupan hoy, los órganos reproductores de las gramíneas se rodean de dos pequeñas hojas protectoras, apenas vistosas, de color verde que vira al pajizo cuando maduran y se secan, y que se denominan lema y pálea; pues bien, el conjunto delimitado por el lema y la pálea, junto con los estambres y pistilo que aquéllos encierran, constituye una flor. A su vez, una o varias flores se reúnen para dar lugar a una estructura en cuya base se disponen otras dos hojitas apenas visibles, del mismo color, que se llaman glumas, dando lugar a lo que conocemos como espiguilla. Y es la espiguilla –realmente un conjunto de flores o inflorescencia– lo que puede interpretarse como la unidad floral básica, casi siempre muy poco llamativa, y es la reunión de varias espiguillas lo que conforma las espigas y las panículas típicas del trigo o de la avena.
Ahora que ya conocemos las peculiares flores de las gramíneas, hay que añadir que en ocasiones las espiguillas se rodean de varias setas, o algunas piezas florales terminan en estructuras puntiagudas y filiformes –las aristas–, que son las que se adhieren a nuestros calcetines o al pelo de los animales, favoreciendo la dispersión de los frutos.
Las “apegalosas” más corrientes en nuestro territorio son Setaria adhaerens (Forssk.) Chiov., S. verticillata (L.) P. Beauv. y S. viridis (L.) P. Beauv.; tres especies muy parecidas entre sí, que producen inflorescencias densas y más o menos alargadas, en ocasiones un poco curvadas o colgantes, que recuerdan vagamente la cola de un zorro y de donde deriva otro de sus nombres populares. Desde el punto de vista de la etnobotánica, poco se puede decir de estas tres especies; pero hay una cuarta planta de uso tradicional, Setaria italica (L.) P.Beauv., conocida como “mijo menor”, que es un cereal sin gluten muy consumido en China y que se ha cultivado también en Europa –sobre todo en Italia y Alemania– para la fabricación de harina.
Aunque el cultivo de esta última especie ha perdido importancia en nuestros días, en algunas culturas nómadas centroasiáticas sus frutos machacados se han consumido desde muy antiguo. Y es que en muchas ocasiones buscamos producir, a través de la ingeniería genética, nuevas variedades de cultivo, cuando a veces sólo tenemos que revisar las costumbres de nuestros ancestros para recuperar alimentos saludables, antaño muy apreciados y hoy desaparecidos de nuestra dieta.