El mudo que observaba el horizonte

  • 24 febrero, 2009
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El mudo llegó hasta el borde mismo del precipicio. Quería observar el horizonte con la absoluta claridad que solo las alturas ofrecen. Deseaba, por encima de cualquier otra cosa, poder ver un nuevo amanecer, un amanecer limpio, puro, íntegro. Por eso había luchado durante días para abrirse paso a través de la maleza, por eso había reptado dejándose la piel en el interior de angostas y serpenteantes cuevas, por eso había escalado hasta la extenuación con la única intención de llegar hasta el borde mismo del precipicio.

 

Una vez alcanzado su objetivo, cerró con fuerza los párpados y dejó que la ligera y helada brisa de la mañana le acariciara el rostro. Después, respiró hondo y abrió los ojos. Al instante, una mueca de desagrado se adueñó de su rostro y sintió como las náuseas irrumpían en la boca de su estómago. El panorama que se abría frente a él era desalentador.

 

El mudo vio como los hombres se mataban en guerras sin sentido, como la sangre pintaba el paisaje y sembraba la tierra con su semilla de odio y rencor, como la ambición de unos pocos dejaba huérfanos de esperanza a muchos otros, como el alma de los inocentes se difuminaba entre las sombras que diariamente teje la muerte.

 

Y el mudo vio también  como el que debía liderar flaqueaba, como el que debía gestionar malversaba, como el que debía vigilar miraba para otro lado, como el que debía dar negaba, como el que debía luchar retrocedía, como el que debía trabajar se dedicaba a trabajar… para sí mismo.

 

Y el mudo vio que las generaciones futuras andaban perdidas en un universo de prioridades superfluas y superficiales, que andaban confusas, sin saber bien hacia dónde dirigir sus pasos, privadas de normas, privadas de la capacidad de discernir lo que está bien de lo que está mal, incapaces de valorar nada más que sus propios caprichos.

 

Finalmente, el mudo vio con desesperanza como el mundo, su mundo, se derrumbaba poco a poco y sin remedio, como la humanidad mostraba un comportamiento que, de poder, avergonzaría a cualquier otra especie animal, como los errores cometidos en el pasado volvían a cometerse una y otra vez hoy, como perseveraba en golpearse contra el muro de sus propias miserias.

 

Y mientras volvía sobre sus pasos, mientras regresaba a un hogar que ya no sentía suyo, mientras las lágrimas se escapaban de sus ojos, el mudo deseó que, de poder elegir, habría deseado ser también ciego.

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