El disfraz de Papa & Mama
- 3 marzo, 2020
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Llega el temible momento en el que el cole de los peques envía un mensaje con el modelo de disfraz para el próximo carnaval. En mi casa ni el cónyuge A ni el cónyuge B tenemos maña con la costura ni con las manualidades, ni se los sale la creatividad por lo camales, vamos.
Creo que esto fue lo primero que leí en el conocido blog de Malasmadres y fue lo que de inmediato me enganchó. Soy un malpadre casado con una malamadre. El colmo de los colmos para un buenhijo.
Las opciones son varias. La primera, la compra del disfraz ya confeccionado, la segunda, solicitar la ayuda de la abuela o la tía, costureras amateurs pero muy apañadas, y la tercera, echarnos al ruedo y para quitarnos el sentimiento de culpa que nos ataca de tanto en tanto, embarcarnos en el arduo trabajo de elaborar un disfraz artesanal “made papa and mama” que sea lo más parecido posible al modelo básico del cole.
Finalmente y aún a sabiendas de que en nuestro caso era la mejor, desechamos la opción A, la compra del disfraz. Nos decidimos por un combinado de las opciones segunda y tercera. La abuela fue la elegida. Le pasamos la información y le facilitamos el material y el boceto. Le va a venir bien algo de distracción y además, tratándose de los nietos, ¡que no haría ella por sus nietos!
Así que entre la creatividad del chiquillo y las manos artesanas de la abuela, ahí va el disfraz de cohete.
Una vez cosido y terminado, al nene se le ocurre que le faltan algunos detalles. Ventanas azules, estrellas y el gorro. Que tiene que ser amarillo y azul y con alas. Puf.
Aquí es dónde a mí, padre abnegado, me supera el ego y pienso que no es tan difícil, que seguro que soy capaz de hacer el gorrico.
Así que nada mejor que terminar el disfraz en familia. Mientras la madre cose las estrellitas a la ropa y en cada puntada se oye un lamento por cada pinchazo (no usa dedal), yo me encargo de pegar las ventanitas al cohete, pero ni a la de una, a la de dos ni a la de tres. El pegamento textil no funciona. Llamada de auxilio a la abuela: no, no hace falta un martillo, será suficiente con la plancha caliente.
El gorro de cohete con alas se me resiste más. Y finalmente acabo sacando la artillería pesada. La grapadora. Pin, pan, grapa aquí, grapa allá y terminado. Mi contribución al disfraz de mi chiquillo. Lo más bonito. No sé si es exactamente la terminación de un cohete o la cabeza de un perro con las orejas alicaídas. Pero, es MI CREACIÓN. Y al chiquillo le ha parecido genial porque se lo ha hecho su padre. No quepo en mí de orgullo y satisfacción.
En llegar al cole y ver la gran variedad y colorido de cohetes, comentar con los demás padres las técnicas empleadas, veo que a todos nos ha surgido la misma problemática en casa. Algunos decidieron más rápidamente que otros y las opciones han sido variopintas. Todas válidas.
Descubro un blog que anuncia “disfraces que parecen hechos a mano para madres (debiera incluir “y algún padre”) que se sienten culpables”. Incluso se plantean abrir una línea alimenticia, “tartas que parezcan que las han hecho en casa esas madres (padres) que ni idea tienen sobre postres y acaban aportando alimentos pre elaborados”. En toco jocoso describe a la perfección nuestro sin vivir con estas cosas. Es cierto e incomprensible. ¿De dónde nos viene ese sentimiento de culpa y de querer demostrar al mundo que nos implicamos en el desarrollo de nuestros hijos haciéndoles cositas con nuestras propias manitas? ¿Es un pecado imperdonable no tener ni idea de coser, ser un negado para las manualidades, no ser un manitas?
Hay un desfase grande. El modelo de sociedad ha cambiado rápidamente pero nuestros “estereotipos” siguen anclados en nuestros cerebricos. Muchos de mi generación nos criamos teniendo a nuestras madres en casa, dedicadas a sus labores o haciendo manufacturas en un pequeño cuarto, en las horas en las que estábamos en el cole. En mi generación todavía existía la asignatura de “labor” en el cole, en el instituto, “hogar” . Mis hermanas estudiaron “corte y confección” y raro era que en casa no existiera una máquina de coser. Ahora los dos trabajamos fuera de casa y llevamos a nuestros hijos a inglés, a patinaje, a baloncesto, a fútbol.
Nos da la sensación de que llenamos su tiempo de actividades pero no lo disfrutamos con ellos. De ahí el sentimiento de culpa. Y no tendría por qué existir. Son modos diferentes de vivir, de educar, de compatibilizar trabajo con familia. Todos los modelos son respetables. La de Educar y Criar no es una ciencia exacta. Hay mucho que avanzar en esto pero sobretodo en el ámbito laboral. Los horarios no son compatibles con los de los nuestros hijos, ninguna reforma laboral ha conseguido solucionar este problema. Los que tenemos profesiones liberales o somos autónomos, tenemos tal vez, más disponibilidad pero andamos siempre pensando que se nos escapa el tiempo en idas y venidas de actividades extraescolares, o en tareas de casa. Al final del día siempre da la sensación de que hemos trabajado menos de lo deseado. Es la expresión que más utilizo al finalizar el día: no he hecho nada. Aunque haya trabajado media jornada, puesto dos lavadoras, recogido al crío del cole, terminado la comida que me han dejado a medias. Tengo la sensación de que el tiempo dedicado al trabajo, ha sido mínimo. Y lo mismo, la malamadre.
Y todo este barrunto, por un disfraz. Es que cuando me da por pensar…
- MARTINEZ