Recordando a Miguel Hernández

  • 17 enero, 2010
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Recordando a Miguel Hernández

Quien descubre a Miguel Hernández se encuentra con uno de los mejores poetas del siglo pasado lo cual, es mucho decir, ya que, el siglo veinte, fue pródigo en alumbrar varias generaciones de brillantes poetas en lo que se dio en llamar la edad de plata de la literatura española. Sin embargo, el poeta pastor como era conocido Hernández, unía al talento con el que contaban otras figuras de renombre para el verso, su íntima relación con la tierra, su estrecha vinculación con la naturaleza que nunca le abandonaría.

En palabras de Claude Couffon “Miguel Hernández es casi el único poeta que ha sacado una gran lección de sus raíces, que ha recibido de su infancia y de su tierra la savia necesaria para alimentar su obra”. En la mayoría de sus versos encontramos inherente el marcado carácter de un hombre al que nunca le importó hacer gala de su origen humilde y asilvestrado, lo que valió el rechazo de otras figuras de nuestra literatura, como fue el caso de Federico García Lorca a quien, a pesar de la franca admiración que le profesaba el poeta oriolano, la sola presencia de éste en cualquier reunión en que coincidieran, le desagradaba.

Este desdén de Lorca hacia Hernández no fue óbice para que Miguel le dedicara, una vez conocida la trágica muerte del poeta granadino una elegía brillante y demoledora muy por encima de la escrita para Ramón Sijé que, no obstante, es más conocida al haber sido popularizada por Joan Manuel Serrat en una de sus canciones. “Tú, el más firme edificio, destruido, / tú, el gavilán más alto, desplomado, / tú, el más grande rugido, / callado, y más callado, y más callado”, escribiría con profundo y sincero sentimiento el poeta de Orihuela ante la desaparición de Lorca.

Lejos estaría de saber Hernández al escribir estos versos que también a él dedicarían elegías pocos años más tarde. Su activa participación durante la Guerra Civil a favor del ejército republicano le convirtieron, una vez terminada ésta, en objetivo de las fuerzas nacionales. Apresado y encarcelado en Alicante, moriría en 1942 por una fimia pulmonar provocada, en parte, por la desidia de las autoridades que, de haber actuado con más presteza, podrían haberle salvado la vida. Miguel fue una víctima tardía de la Guerra Civil, una muesca más de un país marcado por las numerosas cicatrices de su historia.

A modo de premonición, escribiría algunos años antes: “Me dejaré arrastrar hecho pedazos, / ya que así se lo ordenan a mi vida / la sangre y su marea, / los cuerpos y mi estrella ensangrentada. / Seré una sola y dilatada herida, / hasta que dilatadamente sea / un cadáver de espuma: viento y nada”.

El 30 de octubre se cumplirán 100 años desde que Miguel Hernández viera la luz por primera vez en Orihuela. Por ese motivo, el año que acabamos de estrenar estará dedicado, entre otras conmemoraciones, a la figura del poeta y extensa es la agenda que se está organizando en ese sentido. Quizá sea un buen momento para descubrirlo, o para redescubrirlo.

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