Un día de 48 horas
- 21 abril, 2017
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Sólo me queda el titular y repasar. Media hora y termino. El libro de matemáticas cae encima del teclado. -Este ejercicio yo no lo entiendo- dice Miguel. Lo miro, lo leo.
Mi mente piensa: «ecuaciones».
Mi cara dice –yo tampoco.
Han pasado más de 25 años. Creía que la «x» había pasado a mejor vida. –Venga Mariví es sólo una «x», tú sabes despejarla-.
Cojo el boli, un folio en blanco. Mi mente llora, aunque mis ojos no. –No sé despejar una x- y lo sabía desde que el libro cayó en mis manos. Leo el tema y los ejemplos, «puede ser que encuentre la solución» auguro. La realidad se topa conmigo una vez más. Me parecía chino cuando iba al instituto y ahora se me asemeja al arameo. Quince minutos después consigo que la operación se parezca a la de arriba, no sin grandes esfuerzos. Respiro, le explico a mi hijo más o menos como lo he hecho. Y le digo, no muy segura de mi misma -¿Pregúntale a tu profesora si se hace así?Nosotros las hacíamos de otra forma. «Mentira cochina» yo las intentaba resolver igual con mucho esfuerzo y sin acabar de estar segura de lo que hacía.
Vuelvo a mi titular. Miro la hora. Acabo de hacer trizas toda mi planificación. Otra vez estaré hasta tarde frente al ordenador. Una vez más mi agenda hecha añicos. No me dará tiempo a meter la ropa en la lavadora y ponerla, después, en la secadora y doblarla y meterla en los cajones. A no ser que me vaya a dormir a las dos de la madrugada. Otra vez tarde como éste artículo que debería haber visto la luz el 8 de marzo y si la ve a finales de este mes tendrá suerte.
Vomitó aquí mi día a día porque, con matices, es el mismo que el de otras muchas mujeres. Con tiempos más pausados o de vértigo, como los actuales, las mujeres siempre han intentado meter en una hora, lo que sólo se puede hacer en dos. Porque si no es así les pregunto a ustedes, cómo puede ser que entre matemáticas, titulares, políticos, lavadoras y no sé cuántas cosas más de repente me encuentre en mallas y camiseta de deporte con un brazo apuntando al cielo y la pierna levantada en la dirección contraria, intentando retorcer mi espalda al mismo tiempo que retengo la respiración para comprimir un barriga hacía la columna. Esto no tiene que ser normal, pero todo sea por la salud, por la eterna juventud.
Ya sentada en el coche y en dirección a casa, me entretengo a mirar el whastapp, las llamadas perdidas, contestó a algunos comentarios de los múltiples grupos en los que estoy metida. Y como si de un pecadillo se tratará miro el Facebook. Mi dedo se desliza por la pantalla de móvil y me encuentro con la temida palabra «Operación biquini». En letras grandes y hasta con un video de cómo hacer abdominales de manera que la grasa abdominal no se resista. Miro las imágenes de esas chicas que no precisan encogerse porque su vientre está completamente plano.
Mi mente, la muy discola, se revuelve, y piensa – pero esto qué es ¿una tabla de ejercicios o un nuevo sistema de tortura?. «La operación biquini», por Dios. Ya estamos en primavera, también lo dice el Corte Inglés, que todo lo anuncia como la llegada de la Navidad. Una lucha más, si difícil es despejar una «x», no les quiero contar como es eso de perder unos kilos en apenas tres meses, lo que resta para ponernos el bañador. Y a eso suma lo de la crema anticelulítica para intentar no lucir esas cartucheras, que año a año tanto nos cuenta, crear en nuestras cadenas y piernas. Al fin y al cabo sólo se trata de alisar. Alisar la piel de naranja, alisar las arrugas y alisar las camisas con la plancha.
Sólo me extrae de mis pensamientos, la noticia de la OCDE (vamos los que tienen la pasta en este país) que dicen que debemos pagar más IVA, más IBI, más impuestos por hacer daño a la naturaleza. Como el IVA vuelva a subir voy a tener la excusa definitiva para abortar este año, la «operación celulitis». Total si no consigo los resultados esperados va a ser culpa mía. O no me he puesto bien la crema o no he sido constante o no he cubierto con suficiente producto mis rechonchetes muslos. Pero por lo menos todavía me quedan unas gotas de rebeldía. Así que aquí anuncio mis movilizaciones si a Rajoy se le ocurre aumentar más el IVA y luciré sin culpa alguna y sin remordimiento mis estupendas cartucheras y piel de naranja y a Dios pongo por testigo.