Adiós al maestro, adiós al poeta

  • 20 enero, 2016
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La pérdida de alguien con quien alguna vez tuvimos relación, aunque esta no fuera muy estrecha, tiende a liberar recuerdos que parecían profundamente enterrados, cuando no desaparecidos. Pero ya se sabe que la mente humana es un territorio que no por pertenecernos nos es menos ajeno, menos extraño.

La semana pasada, nos dejaba Modesto Martín. Cierto es que su salud era delicada desde hace mucho tiempo; y sin embargo, al ver su nombre impreso en la esquela de turno, no pude evitar un cierto poso de amargura seguida de esa incontinente necesidad de regresar a aquellos días, no mejores ni peores si no pasados, en que lo conocí. 

Fue mi maestro cuando yo despertaba como alumno y, aunque evidentemente no era así, los recuerdos de aquellos días regresan a mi memoria en blanco y negro, como si de fotos antiguas se tratase. En esos albores descubrí que el maestro, además de serlo, es también persona y tiene otra vida al margen de la escuela; y es que, para el joven educando, su profesor es alguien que trabaja y vive en el aula y jamás sale de ella. 

Modesto tenía otras, muchas otras vidas fuera de la escuela. Y una de esas vidas era la poesía. Sus versos conmovían por su sencillez y cualquier objeto, cualquier circunstancia merecía formar parte de su universo literario; tanto daba el vuelo de una mariposa que el alegre coro infantil que espontáneamente nace cada día en el patio de recreo. 

Recuerdo una ocasión en que tres compañeros de clase decidieron marcharse de casa porque se habían enfadado con sus familias. La aventura no duró más de una hora, claro; el terceto de fugados apenas contaba con siete u ocho años de edad y las familias no tardaron en dar con ellos. La anécdota no pasó de eso, de anécdota, pero Modesto supo envolverla con su rima para crear un tierno poema que más tarde, si la memoria no me falla, acabó en uno de sus libros publicados.

Persona inquieta, no ya en el mundo de la literatura, donde fue fundador de la revista Marquesado, si no también en el terreno de la política, supo dejar siempre su sello personal allá donde quiso y le querían. Ya jubilado, la pluma siguió siendo una extensión de sí mismo e, incluso, en 2008, publicó su último libro de poemas a modo de despedida. “Me voy y les despido dulcemente / sabiendo que se arría mi bandera”, dejó dicho. El cielo gana un maestro, nosotros perdemos un poeta.

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