Malos tiempos para la solidaridad

Puede parecer, a priori, un hecho insignificante, pero no lo es. No, al menos, desde que el mundo se ha convertido en una heterogénea amalgama de individualidades que solo buscan el beneficio personal. No, al menos, desde que estamos inmersos en una crisis que, más que económica, se antoja de valores.

La situación es la siguiente: cuatro y cinco de la tarde. La zona azul ha comenzado. Bajo apresuradamente porque se me ha ido el santo al cielo y no he puesto tique. Cuando me aproximo al coche, distingo un pequeño papel sobre la luna delantera, cogido al limpiaparabrisas. No creo que sea una multa, reflexiono, no ha habido tiempo. Pero, ¿quién sabe?

Al llegar junto al vehículo, constato que se trata de un tique de aparcamiento. Compruebo la fecha y, efectivamente, es de ese día. Alguien, una persona anónima que, como tal, no esperaba reconocimiento por su acción, había decidido no desperdiciar el tiempo restante del tique y lo había dejando en la luna del coche más cercano que, para más inri, carecía de él.

Podía haberse marchado sin más. Podía haberse limitado a tirarlo a una papelera. A fin de cuentas, ¿quién es, para él, el dueño del vehículo agraciado? ¿Quién soy yo para él? ¿Quién es él para mí? Y, sin embargo, decidió ayudar a un desconocido carente de rostro e identidad sin esperar nada a cambio.

Si, ya sé, que no será la primera ni la última persona en actuar de ese modo. Pero cada vez cuesta más encontrar gestos en ese sentido. Por desgracia, son malos tiempos para la solidaridad, la cortesía y la educación.

En palabras de Descartes, el bien que hagamos nos dará una satisfacción interior muy por encima de la más dulce de las pasiones. Deberíamos dejar de mirarnos tanto el ombligo y probar a disfrutar del placer de ayudar al prójimo sin esperar más recompensa que la de sentirnos bien con nosotros mismos. Ese sería, sin duda, un ejercicio muy saludable.